Entre las muchas discusiones que tuvo Jesús con los fariseos, la referida a
la validez de su testimonio fue una de más detalladas en los evangelios. Juan 8:12 (NVI) dice: “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: Yo soy la luz del mundo. El que me
sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. El
testimonio de Jesús es válido porque está confirmado por el Padre (Mateo
3:17; 17:5; 2 Pedro 1:17). Había participado de la fiesta de los tabernáculos donde
se encendían enormes candeleros que recordaban la columna de fuego con que Dios
los había guiado a través del desierto y retomando la ilustración de luz divina
como guía, pone a los fariseos antes dos problemas: entender quién es él y
reconocer que debemos imitarlo.
Jesús insiste en afirmar varias veces quien es (el camino, la verdad, la vida, el buen pastor, la
resurrección y otros tantos nombres que nos confirman lo que hemos aceptado y
es que estamos ante el Hijo de Dios) y en esta oportunidad Jesús afirma otra
vez que es la “luz del mundo” (lo
mismo que dice Juan en 1:4 y confirma Jesús en 3:19, 9:5, 12:35, 12:46, dando a
entender con la repetición, la importancia de tener claro este concepto); Jesús
es la antítesis de la muerte porque nos restaura a la esperanza de volver a
tener la vida eterna que el pecado nos había quitado. Esto es fácil de aceptar,
porque su vida lo pone de manifiesto momento a momento, lo confirmó el Padre,
numerosos textos de toda la Biblia, y lo más importante, una innumerable
cantidad de vidas cambiadas por su influencia. Pero la segunda parte del texto
nos crea algo que demanda un profundo auto análisis; dice que quien lo siga, “no andará en tinieblas; sino que tendrá la
luz de la vida”. Así como Cristo es la imagen de Dios en la tierra,
nosotros debemos ser la imagen de Jesús. Si Jesús es la luz y no hay tinieblas
en él y nosotros somos cristianos porque seguimos a Jesús y dependemos de él,
no podemos seguir en tinieblas como antes; tendríamos que andar en luz
siguiendo su ejemplo. Al tener su luz en nuestra vida, comenzaremos a
iluminar a otros que todavía no la tienen, no por mérito propio porque la luz
es de él y no nuestra. Esto no solo se trata de portarse bien, sino de vivir
mejor, bajo su guía y soberanía. No nos sirve intentar brillar como si
tuviéramos luz propia; solo generaremos sufrimiento sobre nosotros. Debemos
seguir su luz, permitir que su luz brille. Esto implica reconocer
que no somos fuente de luces, actuamos como
luces. Él es nuestra fuente: solo conectados a él podemos iluminar,
desconectados de él no podemos iluminar bien.
John Newton (1725-1807), el reconocido autor de
himnos inglés dijo: “Cristo ha llevado nuestra naturaleza al cielo para representarnos y nos
ha dejado en la tierra con su naturaleza para representarlo”. El amor mostrado
hacia nosotros, al transformar su divinidad en simple humanidad para morir en
nuestro lugar y saldar nuestros pecados ante Dios, nos muestra su grandeza. Ahora,
tenemos que responder también con amor y entregarnos a él. El cambio que esto
provocará en nosotros será una luz para aquellos que todavía no lo conocen.
Nuestras prácticas pecaminosas irán quedando atrás en esta nueva senda que
emprenderemos y poco a poco, iremos desarrollando el carácter de Cristo
y nuestro cristianismo alumbrará el camino de otros que todavía no conocen a
Jesús. Es un gran privilegio que no podemos desaprovechar. Nos encargó su
representación en la tierra: “Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios
los exhortara a ustedes por medio de nosotros: En nombre de Cristo les rogamos
que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:20).
Angel Magnífico