5/7/25

¿LA DEBILIDAD NOS FORTALECE?

 

James Hudson Taylor (1832-1905), misionero protestante inglés en China, dijo: “Todos los gigantes de la fe en Dios han sido hombres y mujeres débiles que hicieron grandes cosas para Dios porque creyeron que Él estaría con ellos”. En el mismo sentido para Pablo, el cristianismo era una forma de vida, no una simple teoría; dejó de perseguir a cristianos para transformarse en uno que sumara a otros a la causa. A partir de allí, no solo pensaba en servir a Dios, sino que conversaba con Él para saber cómo hacerlo mejor. Sin embargo, en 2 Corintios 12:7-10 escribe: “Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Cuenta que fue capaz de ver revelaciones inesperadas y sorprendentes de parte de Dios, pero no estaba autorizado a contarlas ni pretendía gloriarse por ellas (todo había provenido de Dios; solo Él merecía la gloria). Al contrario, prefería gloriarse en sus debilidades. Dios había decidido proteger a Pablo de sí mismo; podría ser tentado a enorgullecerse por los logros alcanzados. Entonces, permite que tenga “una espina”, que algunas versiones traducen como “aguijón” o “estaca puntiaguda”; representa algo que tenía en su cuerpo y que no podía sacar. Por lo que cuenta en Gálatas 4:13-15, deducimos que podría tratarse de alguna enfermedad relacionada con sus ojos, sin duda grave y molesta, como muchas dolencias físicas que nos toca soportar. No culpa a Dios, sino a “un mensajero de Satanás”, pero sabiendo que era permitida por Dios, como en el caso de Job, acude en su ayuda a través de la oración. Y lo hace tres veces. Dios estaba con él y sabía de sus sufrimientos, pero quería evitarle un mal mayor como podría ser la vanagloria personal, que afectaría su mente y su espíritu. Jesús también oró al padre tres veces para ver si era posible evitar su sufrimiento y tampoco fue posible. Ambos aceptaron la voluntad de Dios. La respuesta enfática a Pablo fue: “te basta con mi gracia”. Aunque no era la que esperada y no alivió su mal, lo fortaleció para resistirlo. La fortaleza interior que Dios fue edificando a través de su ministerio fue una provisión de gracia divina mejor que la que solicitaba en su oración. Reconocer la propia debilidad ante Dios y los demás, es reconocer el poder de Dios en nosotros y en otros; es dejar de lado, nuestros deseos y aspiraciones y someternos a las suyas. Aceptar nuestras limitaciones, no nos empequeñece delante de Dios, al contrario, permite que su gracia nos engrandezca para su gloria. Aunque esto implique sufrimientos como soportar “debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades”, sabemos que Dios nos dará el poder que necesitamos para sobrepasarlas en su honor. Así como la debilidad puede ser transformada por Dios en fortaleza, nuestras derrotas, pueden transformarse en victorias, y nuestros sufrimientos en gozo. Evidentemente, la forma de recorrer este camino hacia la transformación es a través de la oración, permitiendo que Dios haga el resto de la obra.


                                                                                                         Angel Magnífico

28/6/25

¿NOS QUEBRAMOS PARA MORIR O PARA CRECER?

 

En nuestra sociedad industrializada solemos pensar muy poco en las ilustraciones que nos da la naturaleza. Incluso cuando salimos de vacaciones, nos preocuparnos por disfrutar antes que por aprender y también pasamos de largo sus enseñanzas. En la Biblia hay numerosas referencias a la naturaleza como uno de los agentes reveladores de Dios. Cuando leemos la parábola del sembrador (Mateo 13:1-23), nos detenemos en los cuatro tipos de suelo en los que cae la semilla, en el sembrador, en la tierra y en la semilla porque cada uno de estos elementos, tiene una importancia clave en el significado general de la parábola. En la del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30) se destaca que no todas las semillas son lo que prometen y al final se sabrá la verdad. La parábola de la semilla de mostaza (Mateo 13:31-32), se presenta a una semilla muy pequeña simbolizando el Reino de los Cielos, que se transforma en un gran árbol a partir de la predicación del evangelio, tanto en el corazón del creyente como en el mundo en general.

Pero en Juan 12:24 (NVI) dice: “Ciertamente les aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto”. Cristo anticipa su muerte y usa varias ilustraciones al respecto para preparar a los suyos. Solo faltaban cuatro días para su crucifixión. Enseña otra vez, usando a la naturaleza, más cercana a las personas de su época que a la nuestra. Y vuelve a hablar de una semilla, pero ahora, colocada en la tierra y explica que muere como tal, pero su vida se mantiene a través de un proceso de germinación que dará lugar a una planta con fruto. Luego, esa nueva planta, dará lugar a otras semillas, que también darán origen al mismo proceso que se reinicia permanentemente en el mundo natural. Todo comenzó con la muerte de una semilla. Así ocurre en el mundo espiritual con la muerte de Cristo: a partir de allí y su resurrección, comenzó a multiplicarse el evangelio por todo el mundo. Su muerte nos dio vida.

Detengámonos en la rotura de la semilla. No debe ser agradable; ningún quiebre físico, psicológico o espiritual, lo es porque ningún sufrimiento es agradable. Sin embargo, su quiebre permite la germinación. Ésta, permite el desarrollo de una planta que da lugar a otras nuevas. Todo depende de que la semilla se quiebre. Si la semilla hablara como nosotros, probablemente nos diría que no está de acuerdo con su quebrantamiento (es una ruptura del esquema de vida), como hacemos nosotros con Dios. Cuando pasamos por una situación de sufrimiento, nos quebrantamos como las semillas. Esto quiere decir, que después de esta etapa del proceso, viene una de crecimiento y de nueva vida. Puede ser terminar con una relación o trabajo, cambiar de planes o de vivienda, adoptar un niño o una nueva religión, pasar por un fracaso, una enfermedad, un despido o un juicio, etc. Tarde o temprano tendremos que pasar por algún acontecimiento que provocará nuestro quebrantamiento y sufrimiento. Si esto es entendido de antemano, nos estaremos preparando para cuando llegue; si esto, lo tenemos que asumir en forma abrupta, nos costará más esfuerzo y dolor. Pero en ambos casos, debemos tener presente que, si Dios lo permitió es porque tiene un plan mejor.  Muchas veces, el acceso a una mejora es un sacrificio y un esfuerzo: “El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh, Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (Salmo 51:17 (NVI).


                                                                                                 Angel Magnífico

21/6/25

¿LO SEGUIMOS DE CERCA O DE LEJOS?

 

A los tres meses de haber salido de Egipto, los israelitas llegaron al Sinaí y recibieron las dos máximas revelaciones de Dios hasta ese momento de su historia: les da a conocer su nombre y proclama el decálogo. Sin embargo, “todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos. Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis. Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios” (Éxodo 20:18-21). En el mismo momento, mientras el pueblo estaba lejos, Moisés se acercó a Dios a pesar de la conmoción reinante. Ante la misma revelación unos se alejan y otros se acercan. ¿Qué hacemos nosotros ante algo sorprendente de parte de Dios? ¿Creemos que es posible seguirlo a la distancia? ¿Lo seguimos a pesar de todo lo que veamos o sintamos?

Ante la poderosa manifestación de Dios, con truenos, relámpagos, sonidos de trompeta, humo, nubes y su propia voz, el pueblo de Israel tuvo miedo de aquel mismo Dios que poco antes, los rescató de la esclavitud egipcia. Él estaba tratando de impresionar sus mentes con una manifestación clara de su presencia. Debía ayudarlos a dejar los pecados a los que estaban habituados y comenzar una nueva relación personal. El impacto de su presencia debía ser concreto y distinto a los dioses que conocían. Si bien Moisés fue la cara visible y guía de la liberación, siempre dejó en claro que actuaba bajo la dirección de Dios y todo había sido posible por su poder. Al ver la reacción del pueblo, Moisés trata de tranquilizarlos. Pero ellos, le imploraron que intercediera por todos y se transformara en su mediador oficial. Mientras “el pueblo estuvo a lo lejos”, posiblemente se retiró a sus tiendas, el texto marca claramente que “Moisés se acercó a la nube oscura donde estaba Dios” (NTV). El pueblo tuvo miedo (espanto, terror, pánico; algunas versiones dicen que “temblaron”) y Moisés tuvo temor de Dios (respeto y reverencia por alguien superior). Había decidido que siempre haría lo que su Dios le pidiera. Había comprendido que su misión era conducir a un pueblo confundido hacia un Dios de luz y amor que los llevaría a la tierra prometida. El pueblo pensó que morirían y Moisés entendió que comenzarían a vivir mejor. Les explicó que solo era una prueba (v. 20) para aprender a respetarlo y alejarse del pecado. A Jesús también, algunos lo siguieron de lejos y otros de cerca. Antes de negarlo, “Pedro le siguió de lejos” (Marcos 14:53), pero durante su crucifixión, el centurión romano, que sí estuvo cerca de Jesús, confesó “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15:39). “También había algunas mujeres mirando de lejos” (15:40), pero María y otras, estaban junto a la cruz (Juan 19:25). El discipulado se basa en la gracia de Dios. Cualquier creyente puede creer que basta con seguir a Dios desde cierta distancia, sin mucho compromiso, portándose más o menos bien, pero sin separarse del pecado; mientras que el discípulo, lo buscará cada día, entendiendo que solo cerca suyo hay salvación, que dependemos de su gracia diaria y no de nuestra fuerza para resistir la tentación, soportar problemas o sufrimientos. Por esto, Pablo dice: “ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo” (Efesios 2:13 NVI).

   

                                                                                                                Angel Magnífico

14/6/25

¿CABEZA DE RATÓN O COLA DE LEÓN?


Julio César, antes de ser el famoso político romano, cuestionó a unos soldados suyos que se burlaron de una discusión entre los habitantes de una pequeña aldea cuando cruzaba los Alpes rumbo a España, diciéndoles “yo preferiría ser cabeza en esta aldea que brazo en Roma”, aunque después su historia lo llevó a mucho más. Aparentemente, esto habría dado lugar al conocido refrán español que dice “más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. La variable inglesa dice “es mejor ser un pez grande en un estanque pequeño que un pequeño pez en un estanque grande”. En cualquier caso, esto implicaría que es preferible ser el primero en pequeñas cosas que el último en las grandes, ser la cabeza o autoridad en un pequeño grupo que el último eslabón en una gran cadena. La cabeza dirige y el resto del cuerpo obedece y por eso, la mayoría pretende ser cabeza antes que cola. En cuestiones de marketing, negocios, política, autorrealización y otras variables, es muy discutible la conveniencia de un extremo y de otro, y a tal punto, que algunos opinan exactamente lo contrario al postulado básico e invierten el refrán.

En el terreno espiritual, en cambio, la Biblia enseña claramente que la cabeza de la iglesia es Cristo y que nosotros somos parte de ese cuerpo, diciendo: “Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia” (Efesios 1:22 NVI). No deja lugar a dudas: debe ser él quien nos dirija. En el v. 21 Pablo señaló que Cristo está por encima de todos los poderes celestiales y terrenales. Nadie se puede comparar con él. Por esto, es “cabeza” de todas las cosas, y especialmente de su pueblo, su iglesia. Esto indica una unión tan importante y vital como la de nuestra cabeza con el resto de nuestro cuerpo; de allí manan las ideas, los actos y nuestra conducta. Ningún cuerpo puede funcionar sin su cabeza. Es el centro clave de la existencia. Esto lo debemos trasladar también a nuestra relación con él. Cristo es nuestra cabeza y dependemos en todo de él. Cualquier rebelión ocasionará solo sufrimiento.

Nosotros debemos ser mayordomos, no dueños de las cosas que nos presta (Lucas 12:42-46), lo puso todo a nuestra disposición, pero como administradores, no como dueños. “Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero” (Colosenses 1:18 NVI). Somos cola del León de la tribu de Judá, que es Cristo (Hebreos 7:14, Apocalipsis 5:5), porque somos una parte de su iglesia que ocupa todo el mundo, somos mayordomos del dueño del universo y esto es más importante que cualquier otra cosa o puesto.  Pero, a la vez, implica dos cuestiones como mínimo: sumisión y obediencia. El texto dice que “sometió” todo al dominio de Cristo. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar su indiscutible liderazgo si él no comete errores ni busca lo suyo egoístamente? Vino para reconciliarnos con Dios, por lo tanto, nos deja la eternidad a nuestra disposición si permitimos su guía. Otra “cabeza” humana puede llevarnos a sufrimientos indeseados. Cristo no nos deja solos para enfrentar lo malo, se pone al frente y piensa la mejor estrategia para hacernos vencedores. Esa sumisión nos llevará a la obediencia: si le decimos que sí, y no cumplimos, de nada sirve; si aceptamos su voluntad, y nos desviamos de ella, tampoco aporta a la solución. Ni sumisión ni obediencia, parecen ser actitudes de moda hoy en día. Sin embargo, son las claves para vivir mejor a su lado.

                                                                                                                 Angel Magnífico

7/6/25

¿PODREMOS VER BIEN SI ESTAMOS MAL?


Parte de la Biblia fue escrita en el desierto y ahora se lee en todo el mundo. Mucho de la historia de Israel se desarrolló en el desierto y también su famosa resistencia al sufrimiento. Proezas importantes se llevaron a cabo por personas que vivieron en el desierto (Moisés preparándose para guiar a Israel a la liberación; David para escapar de Saúl; Juan el Bautista predicando un mensaje que llegó hasta Jerusalén; Cristo, resistiendo un ejemplar ayuno y oración de 40 días como preparación para su misión). Cuando nosotros nos sentimos huérfanos del cuidado divino, o tenemos pruebas, problemas o sufrimientos importantes en nuestra vida, también sentimos que estamos atravesando un desierto espiritual. Agar sufrió la combinación de ambas realidades, un desierto real y un desierto espiritual (Génesis 21:8-21). Abraham la echó de su casa junto a Ismael, porque se burlaba y reía de Isaac (21:9). Si bien ambos eran hijos suyos, había una diferencia; Ismael fue el primer hijo que tuvo con Agar, la esclava; Isacc fue el segundo que tuvo con Sara, su mujer legítima; esto lo hacía heredero de todas las promesas de Dios (v. 10). A pesar de su angustia (v. 11), Abraham le dio provisiones, pero Agar terminó errante por el desierto de Beerseba (v. 14). Dejó a su hijo debajo de un arbusto y se alejó porque no soportaba verlo morir de sed (v. 15, 16). Cuando Dios oyó sus llantos, envió un ángel que la llamó y le dijo: “«¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado los sollozos del niño. Levántate y tómalo de la mano, que yo haré de él una gran nación». En ese momento Dios le abrió a Agar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño. Dios acompañó al niño, y este fue creciendo; vivió en el desierto y se convirtió en un experto arquero; habitó en el desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia” (Génesis 21:17-21 NVI). ¿Podremos ver bien si estamos mal? 

Agar fue consciente de las consecuencias de sus acciones cuando ve el sufrimiento de su hijo. Madre e hijo, abusaron de sus privilegios y recién los valoraron cuando los perdieron y quedaron al borde de la muerte (muchas veces, nuestro carácter nos impide entender los planes divinos). Agar deja a su hijo desfalleciendo, se retira a cierta distancia porque no soportaba verlo morir y comienza a llorar, reconociendo su error. Dios la oyó y mandó a su ángel con palabras de consuelo para esa madre que ya imaginando muerto a su hijo. El texto enfatiza que “Dios le abrió a Agar los ojos” para que vea un pozo de agua y pueda darle de beber a su hijo antes de que sea demasiado tarde. El pozo ya estaba, pero Agar no lo había visto. No dice que Dios materializó un pozo o sacó agua de la arena; podría haberlo hecho, puesto que es el creador de todo y tiene poder para hacer lo que quiera. Sin embargo, hizo algo más importante: le aclaró su visión a Agar.  Los pozos del desierto no son grandes porque el sol los evaporaría rápidamente o los animales podrían caer dentro. Estaban ocultos por piedras o en lugares más bajos y entre los médanos. El milagro fue que Dios la dirigió para que lo vea. No solo le aseguró que mantendría a ambos, sino que, además, les adelantó que cada uno podría rehacer su vida. Es decir, Dios fue capaz de transformar un gran desierto en un pequeño oasis, porque le dio una nueva visión de la realidad a Agar. El desierto puede ser mortal, pero Dios puede proveernos de un oasis y salvarnos. Dios sigue haciendo milagros, pero a veces necesitamos su colirio espiritual para verlo bien, aunque estemos en problemas (Apocalipsis 3:18).                   

                                                                                                               Angel Magnífico                      

5/6/24

NUESTRO LIBRO

“¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano” contesta a las preguntas claves que todos nos hacemos en algún momento de la vida cuando un sufrimiento nos atormenta.
¿Qué ser humano está libre de sufrir? El sufrimiento humano es universal y único a la vez, porque cada persona lo vive de una forma diferente. Puede tomar la forma de circunstancias adversas, soledad, tristeza, desgracia familiar, malestar permanente, hambre y sed de justicia, enfermedad, problemas familiares y otras.
Estas circunstancias erosionan nuestra espiritualidad o alteran nuestra mente, y sólo aminora si uno le encuentra un sentido a la vida, pues la ausencia de significado hace intolerable cualquier sufrimiento: cuando sufrimos todos nos preguntamos acerca de su por qué.
El texto propone todas las respuestas necesarias para resistir al sufrimiento. Combina la investigación académica a partir de la exégesis bíblica (referencia valorada en la cultura judeo-cristiana y símbolo de sabiduría milenaria aún para no creyentes) con los cuestionamientos cotidianos del hombre común acerca de un tema complejo e inevitable a la vez. Su lenguaje es claro y su lectura muy ágil, porque plantea la mayoría de las preguntas que todos nos hacemos cuando sufrimos. Nos deja la certeza que necesitamos para resistir. La idea es encontrar un buen porqué que nos ayude a soportar cualquier cómo.


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4/2/22

¿POR QUÉ SUFRIMOS? - Respuestas para un mal cotidiano

 


Enfrentarse al sufrimiento, es una experiencia desgraciadamente común y reiterada en el ser humano. Aunque por nuestra edad, situación o estilo de vida, todavía no hayamos experimentado una situación personalmente dolorosa, seguramente la hemos sentido al menos con respecto a otros: cuando se produce una guerra o un desastre natural, al enterarnos que un torpe accidente dejó incapacitada a una persona, al morir un ser querido o cuando un llanto desconsolado nos hace sentir impotentes. Todo tipo de sufrimiento parece, moral y racionalmente, incompatible con el concepto de un Dios amante y todopoderoso. Por esto, es importante encontrar una explicación en la propia Palabra de Dios que nos ayude a responder a este interrogante.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, cosechamos lo que sembramos. Leemos en Gálatas 6:7-9: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este podría ser un primer criterio bíblico orientador, no el único; no absoluto y no siempre aplicable, pero sí, digno de tener en cuenta para evitar inculpar a Dios por sufrimientos que acarrean nuestros propios errores. El hombre es un ser especial y complejo; las causas de lo que le sucede, no son simples y terminantes: si alguien roba, puede ir a la cárcel, pero no todos  los que roban están allí. Sin embargo, haríamos bien en tener en cuenta este criterio en líneas generales: es natural, lógico y consecuente, pero sólo una parte de la explicación.

Si estamos levantando una mala cosecha por nuestra siembra equivocada, si estamos sufriendo las consecuencias de nuestros errores, la promesa de Dios es “perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9), si se lo confesamos.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, permitimos que el afán y la ansiedad nos superen. Leemos en Mateo 6:25-34: “...¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? ... vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no  os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. No es que esté mal trabajar, organizar nuestra vida y planificar el porvenir, pero en oportunidades sufrimos porque traemos sobre nosotros cargas y problemas inútiles. Nos llenamos de incertidumbre acerca del futuro sin tener en cuenta lo que Dios hizo por nosotros hasta el presente; tememos por cada medida de gobierno y lo que nos pueda acontecer; nos angustiamos por el futuro de nuestros hijos; nos desanima envejecer o enfermar. Y nos olvidamos que Dios nos ama y sabe de nuestras necesidades y puede satisfacerlas.

En otros casos el peso de la realidad nos agobia tanto que nos rendimos ante ella y esperamos que Dios haga todo nuestro trabajo. Seguramente el equilibrio nos ayudará. Dios puede darnos, la serenidad que necesitamos para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y sabiduría para reconocer la diferencia. Además,  su promesa es “venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el bien y al mal están todavía mezclados y todos sufrimos por ello. Leemos en Mateo 13:27-30 la parábola del trigo y la cizaña. Se refiere a un hombre que sembró su campo con una buena semilla, pero sus enemigos le sembraron cizaña. Sin embargo, él no permitió arrancar la cizaña hasta el momento de la siega. Así como en ese campo estaban mezclados el trigo y la cizaña, el bien y el mal, lo están en la vida, y esto trae su consecuente sufrimiento: una buena persona, puede tener un mal vecino. Dios actúa como en la parábola esperando el momento apropiado. Si Dios arrasa al malo, muchos perderían la oportunidad de arrepentirse y ser mejores. Si Dios separa al creyente del mundo, sería como encerrarlo en una campana de cristal y moriría aislado.

El medio ambiente influye en nosotros, pero también nosotros podemos influir sobre él. La promesa de Dios para los que sufrimos el mal existente es que si nos apartamos de él y hacemos el bien, viviremos para siempre (Salmo 37: 27). Los malos, no tendrán esa dicha.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, necesitamos una disciplina correctiva de Dios, quien la aplica en forma complementaria a su amoroso cuidado de nosotros. Leemos en Hebreos 12: 7-11: “...¿qué hijo es aquel a quién el padre no disciplina?... Es verdad que ninguna disciplina al parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Si bien en muchos pasajes bíblicos se nos asegura la presencia protectora de Dios, en otros se nos advierte acerca de situaciones difíciles. Aunque cueste aceptarlo en el momento, el sufrimiento refina el carácter y da firmeza (hay piedras que pulen sus asperezas e imperfecciones a fuerza de rodar por el lecho del río). En ocasiones, Dios desea derramar sobre nosotros determinadas bendiciones, pero por estar atentos a otras cosas, tiene que permitir que perdamos alguna, para encontrar otra mejor (las nubes ocultan transitoriamente el sol, pero solo para derramar la lluvia que da vigor y crecimiento). En algunas situaciones dramáticas, se han despertado talentos dormidos, estimulado virtudes, ampliado la mente y aprendido a simpatizar con el doliente.  Un ”ambiente de algodones”  en donde todo nos salga a pedir de boca, puede resultar más perjudicial que beneficioso; en el sacrificio siempre hay crecimiento.

La promesa de Dios para soportar el sufrimiento de una corrección disciplinaria es que nunca será más fuerte de lo que podamos soportar y que siempre proveerá una salida (1 Corintios 10: 13).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el sufrimiento es parte de un misterio que anticipa  una explicación y resolución final. Leemos en Isaías 55:8-9: “como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Nuestra imperfección no entiende la perfección de los planes de Dios para nuestra vida. Si a una persona común le resulta a veces difícil interpretar los planos hechos por un profesional y vislumbrar correctamente el “final de obra”, ¡cuánto más si comparamos nuestra perspectiva humana con la divina!

La promesa de Dios al respecto a este aspecto misterioso del sufrimiento es que lo erradicará definitivamente y llegará a ser nada comparado con la eternidad (Apocalipsis 21:4).

Los seres humanos siempre tendremos conflictos espirituales y emocionales. Por esto necesitamos tener en cuenta estas explicaciones. Nos pueden ser útiles para “el antes” o “el después” del sufrimiento. “Durante” el sufrimiento sólo una experiencia personal y de relación con Dios podrá ayudarnos. Acerquémonos a Dios ahora para que nos enseñe y capacite para el momento en que nos toque sufrir. “Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor lo hace entender” (Job 36:15 DHH).


NUESTRO LIBRO A SU ALCANCE



¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”

Acerca del autor

ANGEL MAGNÍFICO

Es Profesor de enseñanza secundaria y especial en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales. Actualmente complementa sus veinte años de experiencia docente con la tarea de dirección académica de una importante escuela.

Realizó la conducción y producción de programas radiales, donde se analizaban temas cotidianos desde una perspectiva histórica. Fue productor de libretos multimedia para el aula digital de una reconocida empresa. Dictó diferentes cursos y conferencias referidas a temas de educación, historia y bíblicos. Participó en la publicación de varios artículos y cuentos en revistas, sitios web y libros en colaboración con otros autores.

Ha dado numerosas charlas y conferencias referidas a temas de su especialidad y los relacionados con el sufrimiento humano, analizándolos desde diferentes perspectivas centradas en La Biblia.

Fruto de esas experiencias resulta el ensayo “¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”.


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