No podremos evitar que algunos sufrimientos lleguen sobre nosotros. Lo que sí podemos hacer es prepararnos para resistirlos mejor con Dios. Por eso, nos legó la Biblia y sus consejos. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Ante el sufrimiento que tenía por delante, Jeremías escribió: “fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón…” (Jeremías 15:16). Y Dios le dice para animarlo: “Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto” (Jeremías 17:7, 8 NVI). Así puede hacer con cualquiera de nosotros. Confiar en la Biblia significa creer en la persona de Dios y aceptar que cumplirá lo prometido; es depositar nuestra creencia en Él sin más seguridad que la buena fe y la dependencia que tenemos de Él; es esperar con firmeza y seguridad. ¿Qué pasará si confiamos más en Dios? Ahorraríamos sufrimientos innecesarios. El profeta fue un sufriente como cualquiera de nosotros. Pero aprendió a sobrevivir en manos de Dios. Dice que nuestra confianza debe ser depositada en Él y no en otro ser humano, idea, doctrina, o práctica alguna. Solo en Dios podremos esperar lo que nadie ni nada nos dará. El texto nos enseña tres cosas fundamentales respecto a nuestra relación con Dios.
Nos
enseña que, si depositamos nuestra confianza en Dios, podremos crecer ser como
un árbol
plantado a la orilla de un río (fuente de energía y supervivencia), porque se
alimenta de su agua; los árboles extienden sus raíces en búsqueda de nutrientes
y agua que le permitan vivir y crecer; nosotros también debemos buscar a Dios
como fuente de alimentación diaria. El hombre que confía en Dios es “es como el
árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y
sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” (Salmos 1:3).
Seremos como árboles regados por Dios.
Nos enseña que, no temeremos el calor (sufrimientos cuando no hay agua) ni los meses de sequía (los “silencios” de Dios) ni ninguna otra influencia exterior porque seremos como ese árbol que depende de “agua viva” y permitiremos que nos fortalezca. Estaremos bien afirmados internamente por nuestras raíces en Él; nuestro follaje estará siempre frondoso y verde. No nos inquietaremos, no temeremos ni nos angustiaremos. Job 29:19 dijo: “Mis raíces llegarán hasta las aguas…”. Seremos fuertes y no temeremos, porque Dios nos sostendrá y desarrollará nuestras raíces hacia Él.
Nos enseña que, ligados a Dios siempre tendremos buenos frutos. Donde Dios decida colocarnos, allí daremos los frutos necesarios. Seremos “pámpanos” ligados a la “vid verdadera” que es Cristo y en él solo hay vida eterna; no dejaremos de dar frutos a su tiempo, por eso dijo: “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15:5). Si confiáramos más, seríamos productivos y beneficiosos para los demás y para Dios.
Angel Magnífico