Ángelo
Poliziano (1454-1494), humanista italiano, en su drama La Fábula de Orfeo, cuenta
que este músico prodigioso, también viajero, aventurero y símbolo de la lucha
por el amor verdadero, pierde a su amada Eurídice; su vida cambia para siempre
y no encuentra respuesta a la pregunta que lo atormenta: “¿Qué canto podrá
nunca superar el dolor de mi desgracia?”. Cuando estamos ante un sufrimiento
casi insoportable e indescriptible, nos cuesta imaginar que habrá una salida o
algo que pueda restaurarnos en algún momento. La tristeza y la angustia no son
buenas consejeras para ayudar a imaginar otra cosa que un futuro incierto. Debemos
tener la provisión para esos tiempos antes de que sucedan. La Biblia nos enseña
que nadie puede reparar los corazones heridos como Dios: “El Señor está cerca
de los quebrantados de corazón,
y salva a los de espíritu abatido” (Salmos 34:18 NVI). No hay
como el amor de Dios: simple, gratuito, imperecedero, total y disponible
para cualquier necesidad. Pero ¿qué podrá superar el dolor de mi desgracia? El
sufrimiento propio siempre parece más
importante y urgente que la restauración divina.
El apóstol Pablo fue uno de los seguidores más sufridos de Cristo. Dice en 1 Corintios 2:9, 10: “…Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman. Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios”. Las promesas de Dios pueden ayudarnos a esperar. Nos explica que en ocasiones no podremos comprender algunas cosas como lo hacemos regularmente con el uso de nuestras facultades humanas. Comprender plenamente lo espiritual es algo más profundo y casi imposible porque corresponden a la voluntad de Dios. La esperanza le sirvió a Pablo durante toda su difícil vida como apóstol e incluso ante la muerte inminente por causa de su predicación. Las promesas de una liberación final y definitiva de todo tipo de males, nos alienta a seguir. Esto incluye, cosas que todavía ni siquiera podemos imaginar con nuestra limitada capacidad. Sin embargo, Dios irá revelándonos lo necesario para resistir. De eso se trata la fe, de creer que lo hará, cuando todavía no lo hizo.
Tenemos muchos ejemplos: Job no conoció su fin desde el principio de su
sufrimiento, pero llegado el tiempo, tuvo una restauración; Moisés “consideró
que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de
Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa” (Hebreos 11:16); entre
los patriarcas “después
de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido” (Hebreos 6:15). Dios dijo: “Presten atención,
que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a
mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria” (Isaías 65:17). No
sabemos cómo ni cuándo lo hará, pero podemos esperar confiadamente “al que
puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el
poder que obra eficazmente en nosotros” (Efesios 3:20). Hoy no sabemos qué podrá superar nuestro dolor, pero sí sabemos que Dios lo
hará y nos restaurará. “Así que no nos cansemos de
hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos
damos por vencidos” (Gálatas 6:9 NTV).
Angel Magnífico