Abraham es
el “padre de todos los creyentes” (Romanos 3:11) y ejemplo de fe para el
judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Su figura patriarcal
se basó en dejarse guiar por las promesas de Dios. Salió de Ur, su tierra natal,
sin saber adónde iba porque “creyó Abraham a Dios, y le fue contado por
justicia” (Romanos 4:3). Dios le prometió: “de
cierto te bendiceré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del
cielo y como la arena que está a la orilla del mar…” (Génesis 22:17). De
esa descendencia, nacería el Mesías que salvaría al mundo de sus pecados. En
este encuentro con Dios, el patriarca escucha
la promesa, después que “Dios probó a Abraham” (v. 1) pidiéndole que
sacrifique a Isaac. Mantuvo su fe desde el principio al fin de su prueba porque
le dice a sus siervos, antes de subir al monte Moriah con Isaac, “iremos hasta
allí y adoraremos, y volveremos” (v. 5), pensando que Dios “proveerá de cordero
para el holocausto” (v. 8), cosa que hace cuando interrumpe el sacrificio de su
hijo (v. 12), reconociendo su obediencia. No solo se atrevió a dejar atrás su
pasado, sino también a abandonar su futuro (nosotros sabemos que se trataba de
una prueba, pero Abraham no lo sabía en ese momento; tenía que decidir entre
las promesas de Dios y el Dios de las promesas). Es interesante notar las
palabras que Dios usa para referirse a su descendencia. Son dos expresiones
bien diferentes.
Por un
lado, su descendencia sería multitudinaria como las “estrellas”:
no solo llamamos así a enormes esferas de gas, calientes y brillantes que son
capaces de producir su propia luz y energía, como el sol, sino también a
personas que se distinguen en las artes o profesiones; todo el mundo ve
admirado a estos tipos de estrellas; señala un destino de grandeza que muchos
creyentes han tenido. Por otro lado, su descendencia sería multitudinaria
como “la arena”: no solo llamamos así a pequeños fragmentos milimétricos de
rocas o minerales, a quien nadie presta atención y todo el mundo pisotea sin
cuidado, sino también a un grupo especial de personas que están, pero que nadie
o pocos, las ven porque son consideradas insignificantes o sin importancia para
los demás; señala un destino sufrido que muchos creyentes han tenido.
Hebreos
11:12 dice que la descendencia de Abraham, fue “como las estrellas del cielo en
multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar”. Solo creyó
en Dios, aunque un día le promete un hijo y otro día estuvo a punto de
quitárselo. No fue fácil, pero sí seguro. Se repiten las mismas expresiones en otras
citas como Jeremías 33:22 (NVI): “Yo multiplicaré la descendencia de mi siervo
David, y la de los levitas, mis ministros, como las incontables estrellas del
cielo y los granos de arena del mar”. Dios quiere enseñarnos que no estamos
solos con nuestra lucha: “Como la arena serían tus descendientes; como los
granos de arena, tus hijos; su nombre nunca habría sido eliminado ni borrado de
mi presencia” (Isaías 48:19 NVI). Ante los ojos de los demás, y aún de nosotros
mismos, podremos ser como “estrellas” (brillantes, afortunados,
dichosos, bendecidos, etc.) o como “estrellados” (sin brillo,
desafortunados, infelices, sufridos, etc.). Sin embargo, no desapareceremos de
su vista sin que note nuestra alegría o tristeza, nuestra prueba o sufrimiento,
nuestra satisfacción o necesidad. Y ahí estará amándonos. Lo prometió.
Angel Magnífico