Nelson Mandela escribió antes de salir
de prisión: “Mientras salía por la puerta hacia la entrada que me conduciría
hacia la libertad, sabía que, si no dejaba mi amargura y mi odio atrás, todavía
estaría en prisión”. Es muy doloroso y a la vez necesario, dejar atrás un
pasado difícil, aprender a caminar sin ver el camino o andar sin ver, pero “vivimos
por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7). Esto implica cortar con ciertos
vínculos del pasado y abrir nuevos vínculos con un futuro que no conocemos,
pero que sí estimamos valioso en función de las numerosas promesas de Dios al
respecto. La Biblia insiste mucho en este tema y desde el principio: “el hombre
deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un
solo ser” (Génesis 2:24); en la conformación de su pueblo a partir de Abram: “Deja
tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te
mostraré” (Génesis 12:1) y “Abram partió, tal como el Señor se lo había
ordenado, y Lot se fue con él. Abram tenía setenta y cinco años…” (Génesis 12:4).
Y continúa en el evangelio, cuando Jesús explica lo que cuesta seguirlo y cuando
alguien le pide permiso para enterrar a su padre, dice: “Deja que los muertos
entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios…”
(Lucas 9:60), y cuando otro le pide despedirse antes de su familia, insiste: “Nadie
que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de
Dios” (Lucas 9:62). Si bien algunas de estas declaraciones son breves, a la vez
son muy expresivas: para ser parte del Reino se requiere dejar un pasado y
aferrarse a un futuro por fe. Esa decisión transforma la fe en un acto
vital, decisivo, específico y de acción y tiene 2 pasos: 1) abandonar la
seguridad de nuestra zona de confort requiere un sacrificio (Jesús hizo uno
mucho más grande para salvarnos). 2) asumir riesgos que nos pueden traer
sufrimientos (nunca serán mayores a los que traeremos sobre nosotros si
despreciamos la oportunidad que Dios nos da). Podemos empezar una nueva vida
aquí y ahora y perfeccionarnos durante toda la eternidad.
Cristo fue
muy claro con este “dejar atrás” cuando habló de la venida del Reino de Dios: “¡Acuérdense de la esposa de Lot! El que
procure conservar su vida la perderá; y el que la pierda la conservará”
(Lucas 17:32, 33). Dios envió a sus ángeles para que saquen de Sodoma y Gomorra
a sus escogidos: Lot, su esposa y sus dos hijas (a sus yernos, la proposición
les resultó una burla según Génesis 19:14). No se trataba solo de abandonar la
ciudad, sino de seguir instrucciones precisas: “¡Escápate! No mires hacia
atrás, ni te detengas en ninguna parte del valle. Huye hacia las montañas, no
sea que perezcas” (Génesis 19:17). No debían aferrarse a cosas que quedaban
allí ni a su deseo por lo que ese mundo representaba. No obstante, la esposa de
Lot se convirtió en un símbolo dramático y perpetuo de amor al pasado porque se
transformó en una estatua de sal (Génesis 19:26) que se desvaneció como la
ciudad que tanto anhelaba. Fue un triste ejemplo de apego a las cosas
materiales de la vida. Murió porque miró atrás, y eso implicaba una
desobediencia a Dios. No pudo disfrutar con su familia un futuro con Dios
porque no pudo abandonar su pasado con otros dioses. Dios no puede salvar a
nadie en contra de su propia voluntad y tampoco quiere una adoración a medias.
Cristo nos exhorta a entregar diariamente nuestra vida a Dios; solo así la
encontraremos realmente. Primero el reino de Dios; todo los demás, viene
después y Dios proveerá lo necesario (Mateo 6:33). La esposa de Lot estaba convencida que ese pasado no le podría
dar nada nuevo, pero no estaba convertida
para aferrarse del futuro deparado por Dios. Así ocurrirá antes de la
segunda venida de Cristo. Él nos dará cuidado en medio del descuido,
misericordia en medio del juicio y salvación en medio de la destrucción. Es
conveniente entrenarnos desde ahora en el andar por fe, colocando a Dios en el
primer lugar. Solo así disfrutaremos de la vida eterna, “pues dentro de muy
poco tiempo, el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por
la fe. Y, si se vuelve atrás, no será de mi agrado” (Hebreos 10:37, 38).
Angel Magnífico