El profeta Jeremías fue llamado por Dios, alrededor del 626/627
a.C. Durante su ministerio trató de persuadir al pueblo de Judá para que se
arrepintiera de sus pecados y se volviera definitiva y sinceramente a Dios.
Había tres potencias en su época: Asiria, Egipto y Babilonia y cada una quería
la supremacía sobre las demás, pero ninguna de ellas tenía a Dios como eje de
sus prácticas y creencias, sino todo lo contrario. La única alternativa era
buscar a Dios en Judá. Predicó durante cuarenta años un mensaje de reavivamiento
y reforma espiritual durante los reinados de Josías, Joacaz, Joacim, Joaquín y
Sedequías y, sin embargo, el pueblo siguió siendo infiel. Dios fue abandonado
como fuente de agua viva (Jeremías 2:13-19). Se los acusa de lujuria por los
dioses extranjeros falsos (2:23, 25). Estaban tan perdidos que negaban sus
pecados (2:33-35) e ignoraron las advertencias divinas (3:6-11). Estos les
trajo consecuencias desastrosas (4:23-29): se sucedieron invasiones, derrotas,
peligros de todo tipo, líderes negativos, crueles engaños y falsa religiosidad.
Pero el pueblo siguió siendo testarudo y despreció el mensaje de Dios
(7:21-26). Así que el profeta anunció: “…
así dice el Señor de los Ejércitos: «Voy a refinarlos, a ponerlos a prueba. ¿Qué
más puedo hacer con mi pueblo?... ¿Y no los he de castigar por esto? ¿Acaso no
he de vengarme de semejante nación?»” (9:7, 9).
Dios
distingue perfectamente entre el metal refinado y su falsificación, entre la
verdadera adoración y la falsa, entre la pureza que espera de los suyos y la
adoración artificial. Así como ningún orfebre o platero, perdería su tiempo con
un metal impuro, Dios tampoco lo haría con alguien que rechaza consciente y voluntariamente
todos sus llamados. Él usa el refinamiento y la prueba para mejorarnos, no
para destruinos. Nos ve como joyas que necesitan su acabado y terminado
final. Seguimos siendo valiosos. “El Señor está tan resuelto a salvar a su
pueblo, que utilizará los medios más duros posibles antes que perder a
cualquiera de aquellos a quienes ama” (Spurgeon). El refinamiento eliminará
defectos y quitará pecados dándonos un carácter santo a partir de la presencia
de su Espíritu en nosotros y cuando depositamos fe en su obra redentora. Como lo
que Dios refina es valioso, algunas veces, acude al castigo. No se trata de un
castigo humano antojadizo, sino uno divino, prudente y necesario; en realidad, es
una disciplina amorosa y nuestra alternativa de perfección para el cielo. Este
método no solo aparece en boca de Jeremías y en su tiempo. También lo dice
Isaías 1:25: “Volveré mi mano contra ti, limpiaré tus escorias con lejía y quitaré
todas tus impurezas”; Zacarías 13:9: “… los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro”
y 1 Pedro 4:12: “Queridos
hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si
fuera algo insólito”. Nadie desea pasar por ningún proceso de
purificación, pero el propósito de Dios era edificar y disciplinar; no destruir;
si purificar. Igual puede suceder con nosotros en ocasiones especiales. Nuestra
ventaja es estar del otro lado de la historia y haber visto el amor de Dios, a
través de Cristo. Solo necesitamos corresponderle. Él nos sostendrá en las
pruebas y nos acompañará en nuestro camino y purificación. El castigo se
transformará en perfeccionamiento.
Angel Magnífico