El profeta Jeremías sufrió mucho por la maldad
de sus connacionales en sus días. Dios
lo usaba una y otra vez para advertirles que tendrían que hacerse cargo de sus
pecados, pero ellos no salían de sus prácticas idolátricas. La autocompasión de
Jeremías se expresa en una triste pregunta que todos nos hacemos alguna vez: “¿Por qué tuve que salir del vientre solo
para ver problemas y aflicción, y para terminar mis días en vergüenza?”
(Jeremías 20:18 NVI). Cuando sufrimos mucho y miramos solo nuestra carga,
podemos hacer la misma pregunta que la versión TLA traduce: “¿Por qué tuve que nacer, si vivo sólo para
sufrir? Si voy a morir humillado, mejor hubiera nacido muerto”. Generalmente
se produce por cansancio y desconsuelo, también por creer que quedamos solos
frente al mal o por no sentir la presencia de Dios ni comprender sus planes
respecto a nosotros.
Sin embargo, el profeta recibe una sorpresa. Después de
medio siglo de deterioro moral y espiritual durante los reinados de Manasés y
Amón, asume el trono Josías (640-609 a.C). Con solo ocho años, se atrevió a suprimir
los lugares de adoración de los ídolos (2 Crónicas 34:3) quitando todas sus
imágenes. Cuando llega a los veinte años, en una reforma del templo, se
redescubre la ley de Dios y al leerla, decide emprender otra serie de cambios
religiosos y espirituales muy profundos (2 Reyes 23:4-14, 24, 2 Crónicas
34:33). Incluso, se volvió a celebrar la Pascua (2 Crónicas 35:1-19; 2 Reyes
23:21-23). Al mismo tiempo, el imperio Asirio declina y esta situación
favorecerá al pueblo de Dios que sufrirá menos presiones políticas y
económicas. Indudablemente Dios usó al profeta Jeremías, a pesar de sus
momentos malos y de sus quejas por la situación que le tocó vivir. Dios le
había prometido: “… Si te arrepientes, yo
te restauraré y podrás servirme. Si evitas hablar en vano, y hablas lo que en
verdad vale, tú serás mi portavoz. Que ellos se vuelvan hacia ti, pero tú no te
vuelvas hacia ellos” (Jeremías 15:19 NVI). Y Dios cumplió a su debido
tiempo. Ocasionalmente, el mal puede parecer invadirlo todo, incluso a nosotros
mismos. Los creyentes podemos estar rodeados de maldad, pero siempre podemos
acudir a Dios para buscar fuerzas nuevas y una resistencia que antes no
imaginábamos. Le pasó a Jeremías, a Job, a David, a Cristo mismo y por eso,
oró a Dios en el Getsemaní. Pero todos siguieron adelante porque sabían que
Dios los podía restaurar, que nunca su conducta y sus dichos serían en vano:
muchas veces sembramos y no podemos ver el resultado de esa siembra (tal vez,
le toque a otro levantar la cosecha), pero lo importante es perseverar en el
camino que Dios nos colocó. Estamos para alumbrar a otros, para que quienes no
conocen a Dios lo hagan por nuestras palabras y ejemplos, y no para que nosotros
sigamos sus prácticas, si son malas. Por momentos, parecerá imposible la
resistencia, pero si tenemos un reavivamiento diario con Dios, tendremos las
reformas esperadas. Dios no nos trajo aquí en vano, sino para mostrar su gloria
y poder.
Angel Magnífico