El
sabio Salomón dijo que “todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo
lo que se hace bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1): de nacer y morir, de plantar y
cosechar, y de muchas otras alternativas de vida. Sin embargo, las
preocupaciones cotidianas, nos llevan a actuar como si Dios se olvidara de
nosotros y nuestras necesidades. Esto genera sufrimientos de diversa
índole. Dios es nuestro creador y sustentador, por lo tanto, no estamos a la
deriva; es un Padre celestial, mejor que nuestros padres terrenales y perfecto
en todos sus planes y acciones; nos ama sin dobles intenciones y sanamente. Nos
enseña: “Yo, el Señor, soy su guardián; todo el tiempo riego
mi viña. Día y noche cuido de ella para que nadie le haga daño” (Isaías 27:3).
La historia de cada creyente lo confirma. Él está siempre está presente, aunque
no lo sintamos ni entendamos en su proceder. Sabía que el hombre podía pecar y
preparó a Cristo para sustituirlo y darle una nueva oportunidad de vida eterna.
Siempre actúa en el momento adecuado para sus planes.
Cada página de la Biblia muestra sus acciones salvadoras para recuperar al ser humano de sus malas decisiones y su sufrimiento. Dice: “y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables” (1 Pedro 5:10 NVI). En algunos momentos, el sufrimiento nublará la presencia de Dios en nuestras vidas y creeremos que nos ha descuidado o algo falló en sus previsiones. El texto aclara que Dios mismo estará ahí y nos restaurará (nos devolverá la felicidad perdida y terminará con las angustias sufridas); volveremos al camino perdido; recuperaremos el bien que extrañamos, y luego del sufrimiento, terminaremos por ser más “fuertes, firmes y estables” (su promesa es que tendremos más fortaleza, firmeza y estabilidad). Estaremos mejor que al principio de la tentación, prueba, problema o sufrimiento soportado. Tendemos a evaluar nuestra situación solo desde nuestro punto de vista y no desde el de Dios. Si estuvo atento a toda la historia, ¿por qué no habría de estarlo a la nuestra? Dios provee siempre y de las maneras menos pensadas: la comida con la que Jesús se alimentaba cada día que predicaba; alguien le avisó cuando los fariseos estuvieron a punto de matarlo antes del tiempo apropiado y se alejó de ellos; no llegó tarde para sanar a Lázaro, llegó a tiempo para hacer el milagro de la vida que nadie superó jamás; no se quedó sin comida ni agua por descuido, tenía que darle a una mujer samaritana un agua mejor que la que fue a buscar al pozo; no perdía el tiempo hablando con Jairo mientras su hija moría, fue sanada cuando su padre creyó en él; ni los discípulos más cercanos sabían dónde se celebraría la última cena con Jesús, pero Dios tenía reservado un lugar; muchos creyentes oraban para que Pedro saliera de la cárcel para predicar y Dios lo liberó inesperadamente de su cadenas para hacerlo; Pablo no sufrió tres naufragios en vano, los usó para predicar a quienes no pensaba que alcanzaría algún día. Si entregamos nuestras vidas a Dios, no podremos evitar el sufrimiento existencial propio de la naturaleza humana, pero llegará el momento oportuno, en que Dios mismo pondrá fin a todo mal (nosotros no sabemos cuándo será, pero Dios sí lo sabe y nos alienta a esperarlo). Se trata de un camino hacia la perfección. Dios no minimiza nuestro sufrimiento presente, sino que mira más allá y busca nuestro desarrollo espiritual. Nos preparará para resistir y terminar mejor que antes. Donde hay sufrimiento, la gracia de Dios apoya, restaura, fortalece y perfecciona.
Angel Magnífico
