4/2/22

¿POR QUÉ SUFRIMOS? - Respuestas para un mal cotidiano

 


Enfrentarse al sufrimiento, es una experiencia desgraciadamente común y reiterada en el ser humano. Aunque por nuestra edad, situación o estilo de vida, todavía no hayamos experimentado una situación personalmente dolorosa, seguramente la hemos sentido al menos con respecto a otros: cuando se produce una guerra o un desastre natural, al enterarnos que un torpe accidente dejó incapacitada a una persona, al morir un ser querido o cuando un llanto desconsolado nos hace sentir impotentes. Todo tipo de sufrimiento parece, moral y racionalmente, incompatible con el concepto de un Dios amante y todopoderoso. Por esto, es importante encontrar una explicación en la propia Palabra de Dios que nos ayude a responder a este interrogante.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, cosechamos lo que sembramos. Leemos en Gálatas 6:7-9: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este podría ser un primer criterio bíblico orientador, no el único; no absoluto y no siempre aplicable, pero sí, digno de tener en cuenta para evitar inculpar a Dios por sufrimientos que acarrean nuestros propios errores. El hombre es un ser especial y complejo; las causas de lo que le sucede, no son simples y terminantes: si alguien roba, puede ir a la cárcel, pero no todos  los que roban están allí. Sin embargo, haríamos bien en tener en cuenta este criterio en líneas generales: es natural, lógico y consecuente, pero sólo una parte de la explicación.

Si estamos levantando una mala cosecha por nuestra siembra equivocada, si estamos sufriendo las consecuencias de nuestros errores, la promesa de Dios es “perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9), si se lo confesamos.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, permitimos que el afán y la ansiedad nos superen. Leemos en Mateo 6:25-34: “...¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? ... vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no  os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. No es que esté mal trabajar, organizar nuestra vida y planificar el porvenir, pero en oportunidades sufrimos porque traemos sobre nosotros cargas y problemas inútiles. Nos llenamos de incertidumbre acerca del futuro sin tener en cuenta lo que Dios hizo por nosotros hasta el presente; tememos por cada medida de gobierno y lo que nos pueda acontecer; nos angustiamos por el futuro de nuestros hijos; nos desanima envejecer o enfermar. Y nos olvidamos que Dios nos ama y sabe de nuestras necesidades y puede satisfacerlas.

En otros casos el peso de la realidad nos agobia tanto que nos rendimos ante ella y esperamos que Dios haga todo nuestro trabajo. Seguramente el equilibrio nos ayudará. Dios puede darnos, la serenidad que necesitamos para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y sabiduría para reconocer la diferencia. Además,  su promesa es “venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el bien y al mal están todavía mezclados y todos sufrimos por ello. Leemos en Mateo 13:27-30 la parábola del trigo y la cizaña. Se refiere a un hombre que sembró su campo con una buena semilla, pero sus enemigos le sembraron cizaña. Sin embargo, él no permitió arrancar la cizaña hasta el momento de la siega. Así como en ese campo estaban mezclados el trigo y la cizaña, el bien y el mal, lo están en la vida, y esto trae su consecuente sufrimiento: una buena persona, puede tener un mal vecino. Dios actúa como en la parábola esperando el momento apropiado. Si Dios arrasa al malo, muchos perderían la oportunidad de arrepentirse y ser mejores. Si Dios separa al creyente del mundo, sería como encerrarlo en una campana de cristal y moriría aislado.

El medio ambiente influye en nosotros, pero también nosotros podemos influir sobre él. La promesa de Dios para los que sufrimos el mal existente es que si nos apartamos de él y hacemos el bien, viviremos para siempre (Salmo 37: 27). Los malos, no tendrán esa dicha.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, necesitamos una disciplina correctiva de Dios, quien la aplica en forma complementaria a su amoroso cuidado de nosotros. Leemos en Hebreos 12: 7-11: “...¿qué hijo es aquel a quién el padre no disciplina?... Es verdad que ninguna disciplina al parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Si bien en muchos pasajes bíblicos se nos asegura la presencia protectora de Dios, en otros se nos advierte acerca de situaciones difíciles. Aunque cueste aceptarlo en el momento, el sufrimiento refina el carácter y da firmeza (hay piedras que pulen sus asperezas e imperfecciones a fuerza de rodar por el lecho del río). En ocasiones, Dios desea derramar sobre nosotros determinadas bendiciones, pero por estar atentos a otras cosas, tiene que permitir que perdamos alguna, para encontrar otra mejor (las nubes ocultan transitoriamente el sol, pero solo para derramar la lluvia que da vigor y crecimiento). En algunas situaciones dramáticas, se han despertado talentos dormidos, estimulado virtudes, ampliado la mente y aprendido a simpatizar con el doliente.  Un ”ambiente de algodones”  en donde todo nos salga a pedir de boca, puede resultar más perjudicial que beneficioso; en el sacrificio siempre hay crecimiento.

La promesa de Dios para soportar el sufrimiento de una corrección disciplinaria es que nunca será más fuerte de lo que podamos soportar y que siempre proveerá una salida (1 Corintios 10: 13).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el sufrimiento es parte de un misterio que anticipa  una explicación y resolución final. Leemos en Isaías 55:8-9: “como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Nuestra imperfección no entiende la perfección de los planes de Dios para nuestra vida. Si a una persona común le resulta a veces difícil interpretar los planos hechos por un profesional y vislumbrar correctamente el “final de obra”, ¡cuánto más si comparamos nuestra perspectiva humana con la divina!

La promesa de Dios al respecto a este aspecto misterioso del sufrimiento es que lo erradicará definitivamente y llegará a ser nada comparado con la eternidad (Apocalipsis 21:4).

Los seres humanos siempre tendremos conflictos espirituales y emocionales. Por esto necesitamos tener en cuenta estas explicaciones. Nos pueden ser útiles para “el antes” o “el después” del sufrimiento. “Durante” el sufrimiento sólo una experiencia personal y de relación con Dios podrá ayudarnos. Acerquémonos a Dios ahora para que nos enseñe y capacite para el momento en que nos toque sufrir. “Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor lo hace entender” (Job 36:15 DHH).


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¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”

Acerca del autor

ANGEL MAGNÍFICO

Es Profesor de enseñanza secundaria y especial en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales. Actualmente complementa sus veinte años de experiencia docente con la tarea de dirección académica de una importante escuela.

Realizó la conducción y producción de programas radiales, donde se analizaban temas cotidianos desde una perspectiva histórica. Fue productor de libretos multimedia para el aula digital de una reconocida empresa. Dictó diferentes cursos y conferencias referidas a temas de educación, historia y bíblicos. Participó en la publicación de varios artículos y cuentos en revistas, sitios web y libros en colaboración con otros autores.

Ha dado numerosas charlas y conferencias referidas a temas de su especialidad y los relacionados con el sufrimiento humano, analizándolos desde diferentes perspectivas centradas en La Biblia.

Fruto de esas experiencias resulta el ensayo “¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”.


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