El dolor y
el sufrimiento son diferentes. En general, los usamos como sinónimos, pero no
lo son. El dolor es algo físico, tiene una función biológica y se origina en
determinados hechos que tienen un sentido conocido (tal vez, no para nosotros,
pero sí para un especialista; tal vez no en lo inmediato, pero su motivo
termina por aparecer). En cambio, el sufrimiento, o dolor psicológico o moral,
es algo más complejo y no tiene una función fácilmente observable; no se
origina necesariamente en los hechos sino en nuestra reacción ante ellos y
carece de un sentido conocido (por eso puede transformarse en tristeza,
desagrado, angustia, pesadumbre, consternación o cualquier otra forma de
perturbación que nos disgusta y no queremos). El dolor funciona como una alarma
preocupante, pero el sufrimiento funciona imponiéndonos disgustos que van más
allá de lo manejable, atacando lo mental y lo espiritual. Así, el
sufrimiento termina por ser algo más amplio que el dolor: mientras que el
dolor apunta a lo material (por ejemplo, el pinchazo que recibimos para
hacernos un análisis), el sufrimiento apunta a lo mental y espiritual (lo que
imaginamos y sentimos como realidad ante el solo hecho de ver a la aguja
acercarse a nosotros). El dolor pareciera inevitable y el sufrimiento pareciera
ser opcional y esto es una ventaja. Sin embargo, es muy común mezclar ambas
alternativas, puesto que el padecimiento no es algo abstracto que existe en
forma independiente del ser humano. No hay sufrimiento, sin sufriente. Y Dios
lo sabe porque nos creó; está al tanto siempre de nuestras necesidades y
mayormente, de nuestros sufrimientos. Vio sufrir a su propio hijo. Sabe de qué
se trata. Por eso, podemos tener confianza en sus promesas y esto es la mejor
de las ventajas: “Así,
aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones, pero
no nos desesperamos. Nos persiguen, pero no estamos abandonados; nos derriban,
pero no nos destruyen. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro
cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se muestre en nosotros” (2
Corintios 4:8-10 DHH).
Los
creyentes tenemos enormes ventajas sobre aquellos que no lo son, porque contamos
con el apoyo personal de Dios. Nos pueden abandonar nuestros amigos o perseguir
nuestros enemigos, pero Dios nunca nos dejará. El texto presenta cuatro
contrastes entre la fragilidad humana y el poder de Dios ante el sufrimiento.
El cristianismo no nos libera de tener problemas de diverso tipo e importancia,
pero Dios siempre proveerá una salida: “cuando llegue la prueba, Dios
les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla” (1
Corintios 10:13) y siempre será mejor que cualquier solución que nosotros
podamos imaginar. Tampoco podemos escapar de las preocupaciones que dividen
nuestra mente y agotan nuestras energías, pero las podemos descargar en manos
de Dios: “Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque él se interesa por
ustedes” (1 Pedro 5:7) y sabemos que tiene más poder que nosotros para
resolverlas mejor y para nuestro bien. Por otro lado, muchos cristianos han
tenido que soportar persecuciones de diverso tipo a lo largo de la historia (y todavía
la sufren en algunos países), sin embargo, Dios dirigió sus vidas para
ayudarlos o prepararlos para resistirlas: “¡Qué persecuciones sufrí!
Pero el Señor me libró de todo ello” (2 Timoteo 3:11), decía Pablo.
Incluso muchos creyentes fueron derribados, pero eso no significó de ninguna
manera que fueron destruidos: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; nuestra
ayuda en momentos de angustia” (Salmos 46:1). Entonces, el sufrimiento se
transforma solo en un telón de fondo, sobre el cual, Dios actúa permanentemente
en nuestro favor para sostenernos en la vida como lo hizo con Jesús.
Angel Magnífico
