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Samuel 18 muestra la contraposición entre un hombre que busca seguir a Dios
y otro que decide dejarlo provocando divisiones entre su pueblo: David es el
que busca a Dios, ex pastor y uno de los jefes militares del rey Saúl; el otro,
el que abandona a Dios, es su propio rey Saúl. En contraste con esta actitud
negativa, el mismo relato cuenta que Jonatán, hijo del rey, se hace amigo y
confidente de David (v. 1-4), todas las tropas admiraban a David (v. 5), las
mujeres del pueblo le cantaban a coro (v. 7), todo Judá e Israel, lo querían
(v.16), Micol (hija de Saúl) se enamora de David (v. 28). Cada expedición que
encaraba David ante los enemigos del rey Saúl, tenía mejores resultados que las
de todos los oficiales del rey (v. 30). Esto provocó celos en él (v. 6),
envidia (v. 9) y temores (v. 12, 15, 28), al punto tal, que desarrolló una
clara enemistad en su contra (v. 29). Todo el bien que David encarnaba era
considerado como la encarnación del mal por Saúl.
Algo parecido, le sucedió a Jesús. Sus predicaciones, milagros y buenas obras en función de los necesitados y sufrientes, provocaban el enojo de fariseos, escribas, sacerdotes y religiosos de su época: “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11). Buscaban ocasión permanentemente para hacerle acusaciones falsas y hasta planificaron matarlo. Tuvo que decirles claramente: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me aceptan; pero, si otro viniera por su propia cuenta, a ese sí lo aceptarían” (Juan 5:43). Los judíos de aquel tiempo mezclaron en su concepción religiosa las características del Mesías (el enviado por Dios para salvarlos de sus pecados) con las de un libertador de yugo romano y un conquistador vengativo. El Mesías tenía que ser primero el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Luego, a partir de su muerte y resurrección, se iniciaría una nueva etapa en la historia, en que la humanidad tendría tiempo para prepararse para su segunda venida como Rey de toda la humanidad e instalar un reino definitivo de justicia. No vieron la diferencia entre la primera venida y la segunda, porque tenían su vista en sus planes cotidianos y urgentes y no en el eterno e importante plan de Dios. Jesús les dice claramente: “¿Creen ustedes que vine a traer paz a la tierra? ¡Les digo que no, sino división!” (Lucas 12:51). Evidentemente, la luz se separaba de las tinieblas y lo bueno se separaba de lo malo.
¿Por qué Cristo,
que vino a salvarnos, en algunos, causa división y sufrimiento?: “El que cree en él no es condenado, pero el
que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo
unigénito de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al
mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos
eran perversos. Pues todo
el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus
obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a
la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios” (Juan 3:18-21
NVI). Dios no quiere que nadie se pierda, pero si se desconecta de la fuente
de luz y vida, terminará condenándose a sí mismo y muriendo. Rehuir la luz
de Dios y todos sus beneficios, implica andar en tinieblas y oscuridad; esto
solo puede llevar al sufrimiento y a una rebelión contra esa luz porque solo
coloca en evidencia al mal. El mérito de una vida iluminada solo es de Dios que
envió a Jesús para que nos oriente como Su luz y guía, borrando todo temor y
angustia. El bien triunfará de su mano y terminará todo mal. Podemos elegir
estar de su lado. Cristo nos une al Padre Celestial.
Angel Magnífico

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