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¿SE PUEDE SERVIR A PESAR DE LAS PRUEBAS?


Pablo realizó su 3° viaje misionero por Asia Menor entre los años 53 y 58 d.C. Recorrió más de 27 ciudades predicando. El viaje estuvo plagado de esfuerzos físicos agotadores y milagros relevantes, pero también de problemas y presentimientos de futuras penurias. El 4° y último viaje como misionero, lo hizo como prisionero y fue a Roma, luego de las injustas acusaciones que recibe en Jerusalén. Estando en Mileto, llamó a los ancianos de Éfeso y en su discurso de despedida, luego de compartir 3 años con ellos, les dijo: “He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas por las maquinaciones de los judíos. Ustedes saben que no he vacilado en predicarles todo lo que les fuera de provecho, sino que les he enseñado públicamente y en las casas” (Hechos 20:19, 20 NVI). ¿Cómo se pudo seguir sirviendo a Dios, teniendo tantas dificultades en el camino y en el destino final de su vida?

Pablo era un hombre con estudios y sus predicaciones fueron claras y poderosas. Empieza diciendo “he servido al Señor”; el original que usa se podría traducir como “ser esclavo” o “servir como esclavo”, lo cual implica una total entrega a Dios: mente, espíritu y cuerpo; no anteponía sus intereses ni el de los demás a los de Dios. Agregó que lo hizo con “humildad”, es decir, con la virtud de reconocer sus propias limitaciones y debilidades; no podía presentar orgullo alguno porque había sido perseguidor de cristianos, aunque luego fue su predicador más importante, hizo todo lo contrario de enorgullecerse; hizo un reconocimiento más al poder de Dios que está por encima de todo y de todos. No habrá sido fácil, porque a nadie le gusta derramar “lágrimas” de dolor físico y de sufrimiento espiritual. Esto no le pasó solo a él, sino también a Cristo y a muchos creyentes a lo largo de la historia. Aquí se agrava la situación porque fueron sus mismos compatriotas quienes le provocaron esos sufrimientos, mencionados como “duras pruebas” (Pablo ya había pasado por innumerables problemas, calificar a estos como duros, era porque seguramente guardaban una complejidad y perjuicio importantes). No obstante, Pablo decidió seguir sirviendo a la causa del evangelio. No había vacilaciones en él. Sabía que sería para el provecho de todos aquellos que lo escucharan, por eso, no podía rehuir del mensaje. Al contrario, aprovecharía cada oportunidad que le quedaba para predicarlo, no se detendría en la cantidad ni en la calidad de las calamidades que estaban por llegar; su mirada estaba en Cristo, no en sus problemas, ni siquiera consideraba su propia vida o sus asuntos personales, como algo de mayor estima que esto. Colocó primero a Dios.

La clave para resistir todo es la sumisión a Dios, aunque aparezcan pruebas y problemas, tentaciones y sufrimientos. Reconociendo la soberanía divina y su control sobre nuestras vidas, estaremos a salvo. Esto no significa ausencia de sufrimiento, significa capacitación para resistirlo. Esa capacitación no es una idea o un cursillo de autoestima, sino la presencia de su Espíritu Santo. Cuando nuestra relación se afirma en Dios, aprendemos a escuchar mejor su voz y somos más maleables a su dirección. No importarán las dificultades del camino, sino con quién caminamos y hacia dónde nos conduce. El servicio a Dios, es un instrumento provisto por él para aprender a vivir y resistir.


                                                                                            Angel Magnífico

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