Enfrentarse
al sufrimiento, es una experiencia desgraciadamente común y reiterada en el ser
humano. Aunque por nuestra edad, situación o estilo de vida, todavía no hayamos
experimentado una situación personalmente dolorosa, seguramente la hemos
sentido al menos con respecto a otros: cuando se produce una guerra o un
desastre natural, al enterarnos que un torpe accidente dejó incapacitada a una
persona, al morir un ser querido o cuando un llanto desconsolado nos hace
sentir impotentes. Todo tipo de sufrimiento parece, moral y racionalmente,
incompatible con el concepto de un Dios amante y todopoderoso. Por esto, es
importante encontrar una explicación en la propia Palabra de Dios que nos ayude
a responder a este interrogante.
¿Por
qué sufrimos? Porque a veces, cosechamos lo que sembramos. Leemos en
Gálatas 6:7-9: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
Este podría ser un primer criterio bíblico orientador, no el único; no absoluto
y no siempre aplicable, pero sí, digno de tener en cuenta para evitar inculpar
a Dios por sufrimientos que acarrean nuestros propios errores. El hombre es un
ser especial y complejo; las causas de lo que le sucede, no son simples y
terminantes: si alguien roba, puede ir a la cárcel, pero no todos los que roban están allí. Sin embargo,
haríamos bien en tener en cuenta este criterio en líneas generales: es natural,
lógico y consecuente, pero sólo una parte de la explicación.
Si
estamos levantando una mala cosecha por nuestra siembra equivocada, si estamos
sufriendo las consecuencias de nuestros errores, la promesa de Dios es “perdonar
nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9), si se lo
confesamos.
¿Por
qué sufrimos? Porque a veces, permitimos que el afán y la ansiedad nos superen. Leemos en
Mateo 6:25-34: “...¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que
el vestido? ... vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas
estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas os serán añadidas. Así que, no
os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
Basta a cada día su propio mal”. No es que esté mal trabajar, organizar
nuestra vida y planificar el porvenir, pero en oportunidades sufrimos porque
traemos sobre nosotros cargas y problemas inútiles. Nos llenamos de
incertidumbre acerca del futuro sin tener en cuenta lo que Dios hizo por
nosotros hasta el presente; tememos por cada medida de gobierno y lo que nos
pueda acontecer; nos angustiamos por el futuro de nuestros hijos; nos desanima
envejecer o enfermar. Y nos olvidamos que Dios nos ama y sabe de nuestras
necesidades y puede satisfacerlas.
En
otros casos el peso de la realidad nos agobia tanto que nos rendimos ante ella
y esperamos que Dios haga todo nuestro trabajo. Seguramente el equilibrio nos
ayudará. Dios puede darnos, la serenidad que necesitamos para aceptar las cosas
que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y sabiduría para
reconocer la diferencia. Además, su
promesa es “venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados y yo os
haré descansar” (Mateo 11:28).
¿Por
qué sufrimos? Porque a veces, el bien y al mal están todavía mezclados y todos
sufrimos por ello. Leemos en Mateo 13:27-30 la parábola del trigo
y la cizaña. Se refiere a un hombre que sembró su campo con una buena semilla,
pero sus enemigos le sembraron cizaña. Sin embargo, él no permitió arrancar la
cizaña hasta el momento de la siega. Así como en ese campo estaban mezclados el
trigo y la cizaña, el bien y el mal, lo están en la vida, y esto trae su
consecuente sufrimiento: una buena persona, puede tener un mal vecino. Dios actúa
como en la parábola esperando el momento apropiado. Si Dios arrasa al malo,
muchos perderían la oportunidad de arrepentirse y ser mejores. Si Dios separa
al creyente del mundo, sería como encerrarlo en una campana de cristal y
moriría aislado.
El
medio ambiente influye en nosotros, pero también nosotros podemos influir sobre
él. La promesa de Dios para los que sufrimos el mal existente es que si nos
apartamos de él y hacemos el bien, viviremos para siempre (Salmo 37: 27). Los
malos, no tendrán esa dicha.
¿Por
qué sufrimos? Porque a veces, necesitamos una disciplina correctiva de Dios,
quien la aplica en forma complementaria a su amoroso cuidado de nosotros. Leemos en
Hebreos 12: 7-11: “...¿qué hijo es aquel a quién el padre no disciplina?...
Es verdad que ninguna disciplina al parece ser causa de gozo, sino de tristeza;
pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados”. Si bien en muchos pasajes bíblicos se nos asegura la
presencia protectora de Dios, en otros se nos advierte acerca de situaciones
difíciles. Aunque cueste aceptarlo en el momento, el sufrimiento refina el
carácter y da firmeza (hay piedras que pulen sus asperezas e imperfecciones a
fuerza de rodar por el lecho del río). En ocasiones, Dios desea derramar sobre
nosotros determinadas bendiciones, pero por estar atentos a otras cosas, tiene
que permitir que perdamos alguna, para encontrar otra mejor (las nubes ocultan
transitoriamente el sol, pero solo para derramar la lluvia que da vigor y
crecimiento). En algunas situaciones dramáticas, se han despertado talentos
dormidos, estimulado virtudes, ampliado la mente y aprendido a simpatizar con
el doliente. Un ”ambiente de algodones” en donde todo nos salga a pedir de boca,
puede resultar más perjudicial que beneficioso; en el sacrificio siempre hay
crecimiento.
La
promesa de Dios para soportar el sufrimiento de una corrección disciplinaria es
que nunca será más fuerte de lo que podamos soportar y que siempre proveerá una
salida (1 Corintios 10: 13).
¿Por
qué sufrimos? Porque a veces, el sufrimiento es parte de un misterio que
anticipa una explicación y resolución
final.
Leemos en Isaías 55:8-9: “como son más altos los cielos que la tierra, así
son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que
vuestros pensamientos”. Nuestra imperfección no entiende la perfección de
los planes de Dios para nuestra vida. Si a una persona común le resulta a veces
difícil interpretar los planos hechos por un profesional y vislumbrar correctamente
el “final de obra”, ¡cuánto más si comparamos nuestra perspectiva humana con la
divina!
La
promesa de Dios al respecto a este aspecto misterioso del sufrimiento es que lo
erradicará definitivamente y llegará a ser nada comparado con la eternidad
(Apocalipsis 21:4).
Los
seres humanos siempre tendremos conflictos espirituales y emocionales. Por esto
necesitamos tener en cuenta estas explicaciones. Nos pueden ser útiles para “el
antes” o “el después” del sufrimiento. “Durante” el sufrimiento sólo una
experiencia personal y de relación con Dios podrá ayudarnos. Acerquémonos a
Dios ahora para que nos enseñe y capacite para el momento en que nos toque
sufrir. “Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del
dolor lo hace entender” (Job 36:15 DHH).