Un viejo
refrán dice: “A falta de un clavo, se perdió una herradura, a falta de una
herradura, se perdió un caballo, a falta de un caballo, se perdió un mensajero,
a falta de un mensajero, se perdió una batalla, ¡a falta de una batalla se
perdió la guerra!” Si un clavo puede afectar a una guerra, una explicación
puede afectar una vida y un sufrimiento puede marcar un destino. Por eso, Dios
nos insta a buscar la santidad, es decir, a consagrarnos para Él y apartarnos
del pecado que nos contamina (Romanos 6:19-23). Sin embargo, hoy en día, es más
fácil que la gente reclame cosas de Dios, a que pida su santidad. Somos
conscientes que nuestro Dios es santo y nos pide: “Sean santos, porque yo soy
santo” (1 Pedro 1:16). Esto significa una nueva vida y un perfeccionamiento
constante en la vida del cristiano; dura toda la vida. Evidentemente ya no se
produce en nosotros un atractivo por el pecado. Pero ¿qué ocurre con los
“pequeños pecados”, las “mentiras blancas”, los “pecaditos” que todos cometemos?
¿Por qué Daniel no quiso contaminarse con la comida del rey (Daniel 1:8), si
era solo simple alimento? Sabía que lo que empieza de a poco, puede terminar en
lo mucho. ¿Cómo el pueblo de Dios “no tuvo ningún reparo en prostituirse,
contaminó la tierra y cometió adulterio al adorar ídolos de piedra y de madera”?
(Jeremías 3:9); empezó con poco y terminó con mucho; los vendedores de droga
saben que así se empieza a conseguir una gran clientela. Es fácil creer que
algo malo, si es poco o pequeño, no es tan malo ni dañino. Sin embargo, puede
provocar sufrimiento. Por eso, Pedro les advierte a los cristianos de
algunas malas costumbres arraigadas en la gente y del peligro de seguir a
falsos maestros que “les
prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que
cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado. Si habiendo escapado de la
contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores
condiciones que al principio” (2 Pedro 2:19, 20 NVI).
El libertinaje no es la verdadera libertad; es su falsificación. Los cristianos sabemos que el ejemplo de Cristo es insuperable. Denunció a cada falso maestro que ocultaba su pecaminosidad ante una cubierta de falsa santidad. Pedro, siguiendo su ejemplo, advierte a los creyentes de aquellos que enseñan mal, que prometen libertad cuando en realidad están atados al pecado (nos atrapa y no solo provoca sufrimiento, también nos llevará a la muerte si no nos liberamos de él). La contaminación comienza con poco, lentamente, nos invade, se apropia de nosotros y termina dominándonos y destruyéndonos como el óxido. Alguien decía que, si uno invita a Satanás a viajar en el asiento trasero de nuestro auto, al rato, terminará a cargo del volante y cambiará la dirección de nuestro viaje de vida. Así puede ocurrir con nuestros pecados más simples y pequeños, crecerán de a poco y pueden llegar a tomar el control de nuestras vidas. Ningún cristiano puede enfrentar este problema solo. Necesitamos a “nuestro Señor y Salvador Jesucristo” porque él sabe cómo hacerlo y fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15). Solo él nos puede liberar de la corrupción existente y edificarnos en un proceso lento pero profundo y amplio pero duradero, que será en todos los aspectos de esta vida y para la vida eterna venidera, basado en la libertad de Dios y no en la esclavitud del pecado. Necesitamos ese mismo Espíritu Santo cada día.