13/9/25

¿DE QUÉ NOS SIRVE SU OMNISCIENCIA DURANTE EL SUFRIMIENTO?


“Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hebreos 4:13 NVI). Esto es así porque Dios es omnisciente, es decir, lo conoce todo, nada escapa a su conocimiento. El salmista agrega que “excelso es nuestro Señor, y grande su poder” (Salmos 147:5). No conoce una parte de nosotros, sino todo, todo lo que es real, todos los acontecimientos y a todas las personas del pasado, presente y futuro. Proverbios 15:3 dice que “los ojos del Señor están en todo lugar, vigilando a los buenos y a los malos”. Nada puede escapar de su mirada por más que lo intentemos o nos ocultemos, no podemos evitar su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar, lo cual implica trascender el tiempo mismo que también está bajo su supervisión total. Este conocimiento previo de Dios sobre todas las cosas existentes es solo una prueba más de su deidad. No hay otro como Él. 

La Biblia lo expresa así: “Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo” (Salmo 139:1-5 NVI). Este salmo de David reitera la omnisciencia de Dios (lo sabe todo), pero agrega su omnipresencia (está en todo lugar al mismo tiempo). Así, nos ayuda a salir de nuestra pequeñez e insignificancia porque nos presenta un Dios activo e interesado en nosotros y esto, no por mera vigilancia o curiosidad, sino por amor. Su cuidado no produce agobio, como a veces, nuestros intentos por proteger a los que queremos, sino un estado de alerta, de cuidado y un control de daños permanente. Nada malo puede pasarnos sin su supervisión. O sea, nos libera en vez de oprimir; nos conmueve en vez de presionarnos. No es solo un Dios todopoderoso, como también lo sabe todo, está con nosotros siempre que lo necesitamos y/o sufrimos. Nos puede examinar porque es nuestro creador y eso le da derecho; y llega a un conocimiento de nosotros mejor que el que tenemos en forma consciente. Aunque algunas veces, ignoramos nuestra verdadera condición, Dios sí la conoce y esto le permite ayudarnos de la manera que necesitamos (no solo como imaginamos, sino como resulte eficaz y eficiente). Es imposible escapar de Él y esto nos beneficia porque lo tenemos como protector permanente (no recibiremos ninguna tentación, prueba, problema o sufrimiento que escape a su control). Es decir, actúa como un manto protector y cálido ante las inclemencias del tiempo que nos toque vivir. Dios no solo nos conoce por nuestras acciones, sino también por nuestra personalidad. Su conocimiento perfecto de todo impide que se equivoque o cambie. No radica en una postura teórica, sino de alcance práctico y ayuda concreta. Especialmente si sufrimos. Nos puede perdonar, ayudar, cuidar, sanar, perfeccionar y permitirnos resistir cualquier cosa que enfrentemos. Es una garantía de vida que Dios lo sepa todo de nosotros. ¿Quién nos podría cuidar mejor? Nos convoca a una aceptación plena de su soberanía y a mantener una confianza total en su plan para cada uno de nosotros. Está en guardia, cuidándonos.


                                                                                                       Angel Magnífico




¿CUÁL FUE LA CLAVE DE DAVID PARA SUS ÉXITOS?

 


Samuel fue el encargado de decirle a Saúl, primer rey de Israel, que “el Señor ya está buscando un hombre más de su agrado y lo ha designado gobernante de su pueblo, pues tú no has cumplido su mandato” (1 Samuel 13:13). Ese hombre fue David que sería un gran rey de Israel, amado y respetado por todos; siempre en la memoria y en los sucesos claves de su historia. Dice el texto: “era buen mozo, trigueño y de buena presencia” (1 Samuel 16:12). Fue el menor de ocho hermanos; pastor del ganado de su padre, con una valentía a toda prueba si se trataba de defenderlo de leones y osos (1 Samuel 17:34-36). Cuando Samuel lo unge como rey, “el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él” (1 Samuel 16:13), dando a entender la presencia permanente de Dios en él y no meramente ocasional. Oculta su ungimiento hasta que Dios lo indicó y entra al servicio de Saúl porque “sabe tocar el arpa. Es valiente, hábil guerrero, sabe expresarse y es de buena presencia. Además, el Señor está con él” (1 Samuel 16:18). Sin embargo, no lo animaba la confianza en sí mismo, sino en Dios; lo aclara al decidir enfrentarse con el gigante filisteo Goliat que había desafiado a su pueblo: “El Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo”. Cuando se ve incapaz de alistarse con una armadura de soldado, a la que no estaba acostumbrado, prefiere enfrentarlo con un bastón, una honda y cinco piedras; no solo gana la batalla, sino que confiesa delante de ambos ejércitos, su causa: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a quien has desafiado” (1 Samuel 17:37-45).

¿Cuál fue la clave de David para entender sus éxitos? En su historia, se repite como un estribillo permanente: “David tuvo éxito en todas sus expediciones, porque el Señor estaba con él” (1 Samuel 18:12, 14, 28; 16:18; 17:37; 20:13; 2 Samuel 5:10). Consideraba a Dios el centro de su vida y el principio de la sabiduría. Al ser sensible a la influencia del Espíritu Santo, recibió la preparación que necesitaba para cada momento. No tuvo una vida exenta de complicaciones; soportó y cayó bajo tentaciones, pruebas, sufrimientos propios de cualquier creyente, sobrecargado por las responsabilidades de rey en una monarquía teocrática (reinó cerca del 1011 al 971 a.C.). Sufrió el menosprecio de sus hermanos y de los filisteos; perdonó a Saúl, que lo envidió y persiguió, como a  un enemigo sin serlo; fue fugitivo entre su propio pueblo; a cada caída personal, le siguió un profundo arrepentimiento, testimoniado en salmos que todavía hoy, nos motivan a buscar a Dios para obtener su perdón; cada batalla ganada, fue atribuida al poder de Dios; cada derrota, fue asumida sin reparos ni quejas; buscó la dirección de Dios para tomar Jerusalén, para traer el arca a ella; para enfrentar la guerra civil y a cada pueblo enemigo; para reconocer su pecado por desear a Betsabé; para recibir la restauración ante la rebelión de su propio hijo Absalón; para resistir el hambre y la pestilencia sobre su pueblo; incluso para preparar la construcción del templo para Dios, aunque sabía que no la concretaría. Pero, Dios dijo de él: “He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón; él realizará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22). El propósito de su corazón fue servir a Dios. También puede ser el nuestro; Dios nos espera cada día para conducirnos a las mejores decisiones.

                                                                                                           Angel Magnífico

6/9/25

¿EXISTE LA IRA EN UN DIOS BUENO?


No solemos pensar en la ira de Dios. Resulta chocante y hasta desagradable mezclar la ira en un contexto de amor, benignidad, gracia y misericordia de parte de Dios. Hasta parece contraproducente para aquellos que están en problemas porque pensamos que esto solo bastaría para que renunciaran a su fe. Sin embargo, la Biblia habla claramente de la ira de Dios. En Deuteronomio 9:7,8 dice:” Recuerda esto, y nunca olvides cómo provocaste la ira del Señor tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste de Egipto hasta tu llegada aquí, has sido rebelde contra el Señor. A tal grado provocaste su enojo en Horeb, que estuvo a punto de destruirte”. Muchos creyentes sufren por su concepto equivocado de la ira de Dios a partir de momento de equiparar esa ira, a la nuestra como humanos. Incluso la miran con cierto desdén, considerándola una especie de plaga o mancha en el carácter inmaculado de Dios. Y temen hablar de ella. Esto no soluciona nada. Genera más sufrimiento y dudas que aumentarán ese malestar. No tenemos señal alguna de que Dios haya tratado de ocultar su ira en algunas circunstancias especiales: “cuando afile mi espada reluciente y en el día del juicio la tome en mis manos, me vengaré de mis adversarios; ¡les daré su merecido a los que me odian!” (Deuteronomio 32:41). Vendrá la ira de Dios y entonces, también tendrán su fin, todos nuestros sufrimientos.

La ira de Dios es una perfección divina tan importante y válida como las otras virtudes que conocemos de su carácter. Si careciera de ira, implicaría aceptar el pecado. ¿Podría olvidarse Dios de sus consecuencias y dejarlas sin efecto? Hay una notable diferencia entre la ira humana y la de Dios (la suya es perfecta; la nuestra no lo es porque generalmente se produce en un contexto de malestar que solo provoca problemas). La perfección y santidad de Dios no puede permitir que una parte de su carácter sea inferior a otra. Dios se enoja ante el pecado y sus daños irreparables para la humanidad. Fue una rebelión contra su autoridad y un desprecio de su amor y esto, necesita una reparación definitiva. Pero no cae en la venganza odiosa para vindicar su autoridad. Su ira es restauradora y con un objetivo claro expresado en Romanos 1:18: “Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad”. Tarde o temprano, el pecado muestra sus efectos letales; llegará a su final y se instalará su justicia: “Todos gritaban a las montañas y a las peñas: «¡Caigan sobre nosotros y escóndannos de la mirada del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día del castigo! ¿Quién podrá mantenerse en pie?» (Apocalipsis 6:16-17). Dios ama al pecador, pero odia al pecado (no fue algo trivial ni pasajero; nos conducirá a la muerte, si no aceptamos a Cristo). Ningún pecador escapara de su pecado ni de su castigo. Por tanto, “les voy a enseñar más bien a quién deben temer: teman al que, después de dar muerte, tiene poder para echarlos al infierno… Sí, les aseguro que a él deben temerle”. (Lucas 12:5). Comprender esto, nos llevará a tener gratitud por su justicia perfecta de dar a cada uno, lo que le corresponda. Engendrará un verdadero respeto y reverencia, no miedo (en el sentido de terror) a Dios. No tenemos que temer porque su gran amor supera todo mal. Nos llevará a “esperar del cielo a Jesús, su Hijo a quien resucitó, que nos libra del castigo venidero” (1 Tesalonicenses 1:10).

                                                                                                 Angel Magnífico 


 

 

30/8/25

¿LOS “PECADITOS" NOS PUEDEN HACER SUFRIR?


Un viejo refrán dice: “A falta de un clavo, se perdió una herradura, a falta de una herradura, se perdió un caballo, a falta de un caballo, se perdió un mensajero, a falta de un mensajero, se perdió una batalla, ¡a falta de una batalla se perdió la guerra!” Si un clavo puede afectar a una guerra, una explicación puede afectar una vida y un sufrimiento puede marcar un destino. Por eso, Dios nos insta a buscar la santidad, es decir, a consagrarnos para Él y apartarnos del pecado que nos contamina (Romanos 6:19-23). Sin embargo, hoy en día, es más fácil que la gente reclame cosas de Dios, a que pida su santidad. Somos conscientes que nuestro Dios es santo y nos pide: “Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Esto significa una nueva vida y un perfeccionamiento constante en la vida del cristiano; dura toda la vida. Evidentemente ya no se produce en nosotros un atractivo por el pecado. Pero ¿qué ocurre con los “pequeños pecados”, las “mentiras blancas”, los “pecaditos” que todos cometemos? ¿Por qué Daniel no quiso contaminarse con la comida del rey (Daniel 1:8), si era solo simple alimento? Sabía que lo que empieza de a poco, puede terminar en lo mucho. ¿Cómo el pueblo de Dios “no tuvo ningún reparo en prostituirse, contaminó la tierra y cometió adulterio al adorar ídolos de piedra y de madera”? (Jeremías 3:9); empezó con poco y terminó con mucho; los vendedores de droga saben que así se empieza a conseguir una gran clientela. Es fácil creer que algo malo, si es poco o pequeño, no es tan malo ni dañino. Sin embargo, puede provocar sufrimiento. Por eso, Pedro les advierte a los cristianos de algunas malas costumbres arraigadas en la gente y del peligro de seguir a falsos maestros que “les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado. Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores condiciones que al principio” (2 Pedro 2:19, 20 NVI).

El libertinaje no es la verdadera libertad; es su falsificación. Los cristianos sabemos que el ejemplo de Cristo es insuperable. Denunció a cada falso maestro que ocultaba su pecaminosidad ante una cubierta de falsa santidad. Pedro, siguiendo su ejemplo, advierte a los creyentes de aquellos que enseñan mal, que prometen libertad cuando en realidad están atados al pecado (nos atrapa y no solo provoca sufrimiento, también nos llevará a la muerte si no nos liberamos de él). La contaminación comienza con poco, lentamente, nos invade, se apropia de nosotros y termina dominándonos y destruyéndonos como el óxido. Alguien decía que, si uno invita a Satanás a viajar en el asiento trasero de nuestro auto, al rato, terminará a cargo del volante y cambiará la dirección de nuestro viaje de vida. Así puede ocurrir con nuestros pecados más simples y pequeños, crecerán de a poco y pueden llegar a tomar el control de nuestras vidas. Ningún cristiano puede enfrentar este problema solo. Necesitamos a “nuestro Señor y Salvador Jesucristo” porque él sabe cómo hacerlo y fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15). Solo él nos puede liberar de la corrupción existente y edificarnos en un proceso lento pero profundo y amplio pero duradero, que será en todos los aspectos de esta vida y para la vida eterna venidera, basado en la libertad de Dios y no en la esclavitud del pecado. Necesitamos ese mismo Espíritu Santo cada día.

                                                                                         Angel Magnífico

23/8/25

¿CÓMO DERROTAR A NUESTROS “GIGANTES”?

 


El ejemplo bíblico de David y Goliat nos ayudar a enfrentar nuestros enormes problemas de hoy. Había 2 pueblos en lucha: Israel se colocó en una actitud de fracaso anticipado y los filisteos en una actitud de triunfo anticipado. Goliat era un guerrero experimentado, comandante del ejército filisteo, un gigante de 2,9 m. de altura, con una armadura de 57 kg. y una lanza de casi 7 kg. con un asta como un rodillo de telar. Era un guerrero de la artillería pesada, no solo por su tamaño, sino también por sus armas (lanza, jabalina, espada, escudo y armadura). Tenía seguridad de su fortaleza personal, orgullo, exaltación propia, vanidad por la aclamación popular y una indomable fiereza. Representa a todos los poderes que se enfrentan a Dios. Por sus medidas y los metales que usaba, se parecía a la estatua de Daniel 2 y simbolizaba lo mismo: el pecado; ambos eran gigantes y terribles, pero fueron derribados con una piedra. En cambio, David era un joven pastor de ovejas, 8º hijo de una familia común y corriente, rubio y de buen parecer, sin aspiraciones guerreras ni de liderazgo. Ningún israelita lo hubiera elegido (miraban solo lo exterior, como muchos hoy). Pero David estaba listo espiritualmente porque había sido elegido por Dios para ser el nuevo rey, de quien nacería el Mesías. 1 Samuel 16:13 dice: “Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él. Luego Samuel regresó a Ramá”. David había sido elegido sucesor del rey Saúl y su padre Isaí, lo había mandado a cuidar ovejas. No era un guerrero, por eso fue con su bastón de pastor; podría haber pertenecido a la artillería liviana porque era muy experimentado en el manejo de la honda y la piedra (Jueces 20:16 cita honderos que le daban a un cabello sin errar). Tenía confianza en la fortaleza de Dios y era dócil a su plan. Representa a cualquiera de nosotros que se entrega en las manos de Dios y actúa según sus promesas.

1 Samuel 17:10 sintetiza el desafío de Goliat: “… ¡Yo desafío hoy al ejército de Israel! ¡Elijan a un hombre que pelee conmigo!” El triunfo o el fracaso de un hombre sobre otro, haría triunfar o fracasar a un pueblo sobre otro. ¿Tuvo alguna vez un desafío tan grande? Este desafío implica egoísmo; habla de sí mismo como “el hombre”. La palabra “desafío” se usa 6 veces en este pasaje y significa “despreciar; burlarse, ridiculizar y humillar.” Lo que Goliat proponía era algo común en ese tiempo. Era una competencia mano a mano, y el ganador tomaba todo. Su provocación era una ofensa a Dios, no solo a Israel. David le ganó a uno de los más importantes “gigantes” que podemos enfrentar a diario: el desánimo para cumplir con el propósito de Dios. Todos tenemos éste y otros “gigantes” que enfrentar cada día, en la oficina, la cocina, el dormitorio, la calle y son la enfermedad, la soledad, el desempleo, la tristeza, un vicio, el divorcio, la rebeldía de los hijos, la incomprensión de los padres, un secreto, una actitud, la violencia, la corrupción y otros. No tienen armadura, pero son más peligrosos porque tienen facturas que no podemos pagar, preguntas que no podemos contestar, éxitos que no tenemos, un trabajo que no podemos dejar o una persona que nos molesta. Se trata de alguien o algo que nos desafía y que nos hace ver que solos no podemos enfrentarlo. Sin embargo, aquel mismo Dios sigue teniendo el mismo poder y nos lo ofrece gratuitamente cada día. ¿Cómo Dios transformó un fracaso en un triunfo a pesar de todo y de todos?: “…el Espíritu del Señor vino con poder sobre David…”. Gracias a misericordia divina y su previsión, Su Espíritu sigue disponible para nosotros, solo tenemos que pedírselo en forma permanente y no ocasional. 

                                                                                                                Angel Magnífico

16/8/25

¿POR QUÉ NOS ELIGIÓ?

 

¿Por qué Dios nos eligió? La elección de Dios hizo del pueblo de Israel, un pueblo especial, una nación santa y consagrada a Él. Fueron los únicos monoteístas entre sus muchos vecinos politeístas. Por esa misma elección, no debían mezclarse con pueblos que tenían prácticas paganas y cultos extraños. Al contrario, reciben la indicación precisa de terminar con esas naciones y sus altares profanos. No podían formar alianza con ellos para no contaminarse con su idolatría. No era el propósito divino que Israel permaneciese aislada de los demás pueblos. Necesitaban primero fortalecerse en sus principios y luego los compartirían con los demás para que también ellos recibían la edificación del verdadero Dios. Dios los invitaba permanentemente a reconocerlo como único Dios y a seguir sus mandamientos. Sin embargo, su pequeñez contrastaba con algunas de esas naciones. Lo mismo ocurría con su poderío bélico y organización militar. Dice Deuteronomio 7:7, 8 (NVI): “El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza”.

Dios había prometido a Abraham que su descendencia sería numerosa y poseería un territorio propio que permitiría su crecimiento y expansión y sería una bendición para toda la tierra (Génesis 12:1-3; 15:1-2). Evidentemente, no era “el pueblo más numeroso” porque 200 años después de esa promesa, al llegar a Egipto en tiempos de José, esa descendencia llegaba a 70 varones. Pero cuando salieron de allí, Dios los había transformado en “un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo” (Deuteronomio 10:22) y además, eran libres. Debían ser un “pueblo santo”, en el sentido de apartado y separado especialmente para Dios, y una “posesión exclusiva” es decir, un pueblo especial con una misión clave para la historia (Deuteronomio 7:6). Hay muchos ejemplos bíblicos de los sufrimientos que trajeron personas que no hicieron caso a este criterio divino de pertenencia y se emparentaron con pueblos idólatras: Salomón, Esaú, Sansón y el mismo pueblo en distintos momentos de su historia. Pero el amor de Dios para su elección, no se basaba en sus méritos o grandeza. Fue hecha porque Dios amó al pueblo; no fue en base a sus obras, sino por su sola decisión y elección. Es comparable al amor verdadero de un padre hacia su hijo: existe por la filiación no por sus méritos. El amor de Dios elige libremente a quien quiere y derrama sus bendiciones sobre sus elegidos según su voluntad. El “gran despliegue de fuerza” se refiere al poder usado por Dios para liberarlos de un estado tan importante como lo era Egipto y llevarlos al cumplimiento de su promesa a través de una peregrinación por el desierto e instalarlos en la tierra prometida.

Todavía sigue firme y entero su amor, en su promesa y elección de nosotros como hijos suyos por creación y por redención: “Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3, 4).

                                                                                                                        Angel Magnífico


5/6/24

NUESTRO LIBRO

“¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano” contesta a las preguntas claves que todos nos hacemos en algún momento de la vida cuando un sufrimiento nos atormenta.
¿Qué ser humano está libre de sufrir? El sufrimiento humano es universal y único a la vez, porque cada persona lo vive de una forma diferente. Puede tomar la forma de circunstancias adversas, soledad, tristeza, desgracia familiar, malestar permanente, hambre y sed de justicia, enfermedad, problemas familiares y otras.
Estas circunstancias erosionan nuestra espiritualidad o alteran nuestra mente, y sólo aminora si uno le encuentra un sentido a la vida, pues la ausencia de significado hace intolerable cualquier sufrimiento: cuando sufrimos todos nos preguntamos acerca de su por qué.
El texto propone todas las respuestas necesarias para resistir al sufrimiento. Combina la investigación académica a partir de la exégesis bíblica (referencia valorada en la cultura judeo-cristiana y símbolo de sabiduría milenaria aún para no creyentes) con los cuestionamientos cotidianos del hombre común acerca de un tema complejo e inevitable a la vez. Su lenguaje es claro y su lectura muy ágil, porque plantea la mayoría de las preguntas que todos nos hacemos cuando sufrimos. Nos deja la certeza que necesitamos para resistir. La idea es encontrar un buen porqué que nos ayude a soportar cualquier cómo.


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4/2/22

¿POR QUÉ SUFRIMOS? - Respuestas para un mal cotidiano

 


Enfrentarse al sufrimiento, es una experiencia desgraciadamente común y reiterada en el ser humano. Aunque por nuestra edad, situación o estilo de vida, todavía no hayamos experimentado una situación personalmente dolorosa, seguramente la hemos sentido al menos con respecto a otros: cuando se produce una guerra o un desastre natural, al enterarnos que un torpe accidente dejó incapacitada a una persona, al morir un ser querido o cuando un llanto desconsolado nos hace sentir impotentes. Todo tipo de sufrimiento parece, moral y racionalmente, incompatible con el concepto de un Dios amante y todopoderoso. Por esto, es importante encontrar una explicación en la propia Palabra de Dios que nos ayude a responder a este interrogante.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, cosechamos lo que sembramos. Leemos en Gálatas 6:7-9: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este podría ser un primer criterio bíblico orientador, no el único; no absoluto y no siempre aplicable, pero sí, digno de tener en cuenta para evitar inculpar a Dios por sufrimientos que acarrean nuestros propios errores. El hombre es un ser especial y complejo; las causas de lo que le sucede, no son simples y terminantes: si alguien roba, puede ir a la cárcel, pero no todos  los que roban están allí. Sin embargo, haríamos bien en tener en cuenta este criterio en líneas generales: es natural, lógico y consecuente, pero sólo una parte de la explicación.

Si estamos levantando una mala cosecha por nuestra siembra equivocada, si estamos sufriendo las consecuencias de nuestros errores, la promesa de Dios es “perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9), si se lo confesamos.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, permitimos que el afán y la ansiedad nos superen. Leemos en Mateo 6:25-34: “...¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? ... vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no  os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. No es que esté mal trabajar, organizar nuestra vida y planificar el porvenir, pero en oportunidades sufrimos porque traemos sobre nosotros cargas y problemas inútiles. Nos llenamos de incertidumbre acerca del futuro sin tener en cuenta lo que Dios hizo por nosotros hasta el presente; tememos por cada medida de gobierno y lo que nos pueda acontecer; nos angustiamos por el futuro de nuestros hijos; nos desanima envejecer o enfermar. Y nos olvidamos que Dios nos ama y sabe de nuestras necesidades y puede satisfacerlas.

En otros casos el peso de la realidad nos agobia tanto que nos rendimos ante ella y esperamos que Dios haga todo nuestro trabajo. Seguramente el equilibrio nos ayudará. Dios puede darnos, la serenidad que necesitamos para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y sabiduría para reconocer la diferencia. Además,  su promesa es “venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el bien y al mal están todavía mezclados y todos sufrimos por ello. Leemos en Mateo 13:27-30 la parábola del trigo y la cizaña. Se refiere a un hombre que sembró su campo con una buena semilla, pero sus enemigos le sembraron cizaña. Sin embargo, él no permitió arrancar la cizaña hasta el momento de la siega. Así como en ese campo estaban mezclados el trigo y la cizaña, el bien y el mal, lo están en la vida, y esto trae su consecuente sufrimiento: una buena persona, puede tener un mal vecino. Dios actúa como en la parábola esperando el momento apropiado. Si Dios arrasa al malo, muchos perderían la oportunidad de arrepentirse y ser mejores. Si Dios separa al creyente del mundo, sería como encerrarlo en una campana de cristal y moriría aislado.

El medio ambiente influye en nosotros, pero también nosotros podemos influir sobre él. La promesa de Dios para los que sufrimos el mal existente es que si nos apartamos de él y hacemos el bien, viviremos para siempre (Salmo 37: 27). Los malos, no tendrán esa dicha.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, necesitamos una disciplina correctiva de Dios, quien la aplica en forma complementaria a su amoroso cuidado de nosotros. Leemos en Hebreos 12: 7-11: “...¿qué hijo es aquel a quién el padre no disciplina?... Es verdad que ninguna disciplina al parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Si bien en muchos pasajes bíblicos se nos asegura la presencia protectora de Dios, en otros se nos advierte acerca de situaciones difíciles. Aunque cueste aceptarlo en el momento, el sufrimiento refina el carácter y da firmeza (hay piedras que pulen sus asperezas e imperfecciones a fuerza de rodar por el lecho del río). En ocasiones, Dios desea derramar sobre nosotros determinadas bendiciones, pero por estar atentos a otras cosas, tiene que permitir que perdamos alguna, para encontrar otra mejor (las nubes ocultan transitoriamente el sol, pero solo para derramar la lluvia que da vigor y crecimiento). En algunas situaciones dramáticas, se han despertado talentos dormidos, estimulado virtudes, ampliado la mente y aprendido a simpatizar con el doliente.  Un ”ambiente de algodones”  en donde todo nos salga a pedir de boca, puede resultar más perjudicial que beneficioso; en el sacrificio siempre hay crecimiento.

La promesa de Dios para soportar el sufrimiento de una corrección disciplinaria es que nunca será más fuerte de lo que podamos soportar y que siempre proveerá una salida (1 Corintios 10: 13).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el sufrimiento es parte de un misterio que anticipa  una explicación y resolución final. Leemos en Isaías 55:8-9: “como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Nuestra imperfección no entiende la perfección de los planes de Dios para nuestra vida. Si a una persona común le resulta a veces difícil interpretar los planos hechos por un profesional y vislumbrar correctamente el “final de obra”, ¡cuánto más si comparamos nuestra perspectiva humana con la divina!

La promesa de Dios al respecto a este aspecto misterioso del sufrimiento es que lo erradicará definitivamente y llegará a ser nada comparado con la eternidad (Apocalipsis 21:4).

Los seres humanos siempre tendremos conflictos espirituales y emocionales. Por esto necesitamos tener en cuenta estas explicaciones. Nos pueden ser útiles para “el antes” o “el después” del sufrimiento. “Durante” el sufrimiento sólo una experiencia personal y de relación con Dios podrá ayudarnos. Acerquémonos a Dios ahora para que nos enseñe y capacite para el momento en que nos toque sufrir. “Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor lo hace entender” (Job 36:15 DHH).


NUESTRO LIBRO A SU ALCANCE



¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”

Acerca del autor

ANGEL MAGNÍFICO

Es Profesor de enseñanza secundaria y especial en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales. Actualmente complementa sus veinte años de experiencia docente con la tarea de dirección académica de una importante escuela.

Realizó la conducción y producción de programas radiales, donde se analizaban temas cotidianos desde una perspectiva histórica. Fue productor de libretos multimedia para el aula digital de una reconocida empresa. Dictó diferentes cursos y conferencias referidas a temas de educación, historia y bíblicos. Participó en la publicación de varios artículos y cuentos en revistas, sitios web y libros en colaboración con otros autores.

Ha dado numerosas charlas y conferencias referidas a temas de su especialidad y los relacionados con el sufrimiento humano, analizándolos desde diferentes perspectivas centradas en La Biblia.

Fruto de esas experiencias resulta el ensayo “¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”.


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