14/6/25

¿CABEZA DE RATÓN O COLA DE LEÓN?


Julio César, antes de ser el famoso político romano, cuestionó a unos soldados suyos que se burlaron de una discusión entre los habitantes de una pequeña aldea cuando cruzaba los Alpes rumbo a España, diciéndoles “yo preferiría ser cabeza en esta aldea que brazo en Roma”, aunque después su historia lo llevó a mucho más. Aparentemente, esto habría dado lugar al conocido refrán español que dice “más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. La variable inglesa dice “es mejor ser un pez grande en un estanque pequeño que un pequeño pez en un estanque grande”. En cualquier caso, esto implicaría que es preferible ser el primero en pequeñas cosas que el último en las grandes, ser la cabeza o autoridad en un pequeño grupo que el último eslabón en una gran cadena. La cabeza dirige y el resto del cuerpo obedece y por eso, la mayoría pretende ser cabeza antes que cola. En cuestiones de marketing, negocios, política, autorrealización y otras variables, es muy discutible la conveniencia de un extremo y de otro, y a tal punto, que algunos opinan exactamente lo contrario al postulado básico e invierten el refrán.

En el terreno espiritual, en cambio, la Biblia enseña claramente que la cabeza de la iglesia es Cristo y que nosotros somos parte de ese cuerpo, diciendo: “Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia” (Efesios 1:22 NVI). No deja lugar a dudas: debe ser él quien nos dirija. En el v. 21 Pablo señaló que Cristo está por encima de todos los poderes celestiales y terrenales. Nadie se puede comparar con él. Por esto, es “cabeza” de todas las cosas, y especialmente de su pueblo, su iglesia. Esto indica una unión tan importante y vital como la de nuestra cabeza con el resto de nuestro cuerpo; de allí manan las ideas, los actos y nuestra conducta. Ningún cuerpo puede funcionar sin su cabeza. Es el centro clave de la existencia. Esto lo debemos trasladar también a nuestra relación con él. Cristo es nuestra cabeza y dependemos en todo de él. Cualquier rebelión ocasionará solo sufrimiento.

Nosotros debemos ser mayordomos, no dueños de las cosas que nos presta (Lucas 12:42-46), lo puso todo a nuestra disposición, pero como administradores, no como dueños. “Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero” (Colosenses 1:18 NVI). Somos cola del León de la tribu de Judá, que es Cristo (Hebreos 7:14, Apocalipsis 5:5), porque somos una parte de su iglesia que ocupa todo el mundo, somos mayordomos del dueño del universo y esto es más importante que cualquier otra cosa o puesto.  Pero, a la vez, implica dos cuestiones como mínimo: sumisión y obediencia. El texto dice que “sometió” todo al dominio de Cristo. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar su indiscutible liderazgo si él no comete errores ni busca lo suyo egoístamente? Vino para reconciliarnos con Dios, por lo tanto, nos deja la eternidad a nuestra disposición si permitimos su guía. Otra “cabeza” humana puede llevarnos a sufrimientos indeseados. Cristo no nos deja solos para enfrentar lo malo, se pone al frente y piensa la mejor estrategia para hacernos vencedores. Esa sumisión nos llevará a la obediencia: si le decimos que sí, y no cumplimos, de nada sirve; si aceptamos su voluntad, y nos desviamos de ella, tampoco aporta a la solución. Ni sumisión ni obediencia, parecen ser actitudes de moda hoy en día. Sin embargo, son las claves para vivir mejor a su lado.

                                                                                                                 Angel Magnífico

7/6/25

¿PODREMOS VER BIEN SI ESTAMOS MAL?


Parte de la Biblia fue escrita en el desierto y ahora se lee en todo el mundo. Mucho de la historia de Israel se desarrolló en el desierto y también su famosa resistencia al sufrimiento. Proezas importantes se llevaron a cabo por personas que vivieron en el desierto (Moisés preparándose para guiar a Israel a la liberación; David para escapar de Saúl; Juan el Bautista predicando un mensaje que llegó hasta Jerusalén; Cristo, resistiendo un ejemplar ayuno y oración de 40 días como preparación para su misión). Cuando nosotros nos sentimos huérfanos del cuidado divino, o tenemos pruebas, problemas o sufrimientos importantes en nuestra vida, también sentimos que estamos atravesando un desierto espiritual. Agar sufrió la combinación de ambas realidades, un desierto real y un desierto espiritual (Génesis 21:8-21). Abraham la echó de su casa junto a Ismael, porque se burlaba y reía de Isaac (21:9). Si bien ambos eran hijos suyos, había una diferencia; Ismael fue el primer hijo que tuvo con Agar, la esclava; Isacc fue el segundo que tuvo con Sara, su mujer legítima; esto lo hacía heredero de todas las promesas de Dios (v. 10). A pesar de su angustia (v. 11), Abraham le dio provisiones, pero Agar terminó errante por el desierto de Beerseba (v. 14). Dejó a su hijo debajo de un arbusto y se alejó porque no soportaba verlo morir de sed (v. 15, 16). Cuando Dios oyó sus llantos, envió un ángel que la llamó y le dijo: “«¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado los sollozos del niño. Levántate y tómalo de la mano, que yo haré de él una gran nación». En ese momento Dios le abrió a Agar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño. Dios acompañó al niño, y este fue creciendo; vivió en el desierto y se convirtió en un experto arquero; habitó en el desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia” (Génesis 21:17-21 NVI). ¿Podremos ver bien si estamos mal? 

Agar fue consciente de las consecuencias de sus acciones cuando ve el sufrimiento de su hijo. Madre e hijo, abusaron de sus privilegios y recién los valoraron cuando los perdieron y quedaron al borde de la muerte (muchas veces, nuestro carácter nos impide entender los planes divinos). Agar deja a su hijo desfalleciendo, se retira a cierta distancia porque no soportaba verlo morir y comienza a llorar, reconociendo su error. Dios la oyó y mandó a su ángel con palabras de consuelo para esa madre que ya imaginando muerto a su hijo. El texto enfatiza que “Dios le abrió a Agar los ojos” para que vea un pozo de agua y pueda darle de beber a su hijo antes de que sea demasiado tarde. El pozo ya estaba, pero Agar no lo había visto. No dice que Dios materializó un pozo o sacó agua de la arena; podría haberlo hecho, puesto que es el creador de todo y tiene poder para hacer lo que quiera. Sin embargo, hizo algo más importante: le aclaró su visión a Agar.  Los pozos del desierto no son grandes porque el sol los evaporaría rápidamente o los animales podrían caer dentro. Estaban ocultos por piedras o en lugares más bajos y entre los médanos. El milagro fue que Dios la dirigió para que lo vea. No solo le aseguró que mantendría a ambos, sino que, además, les adelantó que cada uno podría rehacer su vida. Es decir, Dios fue capaz de transformar un gran desierto en un pequeño oasis, porque le dio una nueva visión de la realidad a Agar. El desierto puede ser mortal, pero Dios puede proveernos de un oasis y salvarnos. Dios sigue haciendo milagros, pero a veces necesitamos su colirio espiritual para verlo bien, aunque estemos en problemas (Apocalipsis 3:18).                   

                                                                                                               Angel Magnífico                      

31/5/25

¿DIOS ESTÁ CON NOSOTROS CUANDO TENEMOS PROBLEMAS?

 

Hay vidas que parecen un listado de problemas. La vida de José, hijo de Jacob, fue una de ellas. Ocupa varios capítulos del Génesis (37-50), dando a entender con esto, la importancia de sus enseñanzas. Dios le había concedido la habilidad de interpretar algunos sueños. Cuando todavía era un joven de 17 años, esto le trajo problemas porque siempre aparecía en ellos como por sobre toda la familia. Era el preferido de su padre, sus distinciones en la ropa que le compraba y el trabajo que le encargaba, aumentaron los roces con sus propios hermanos, que planearon encerrarlo en un pozo y matarlo. Luego, vieron más conveniente, venderlo como esclavo a una compañía de comerciantes. Parecían terminados sus sueños de grandeza que solo le trajeron enormes problemas. Terminó vendido en Egipto. Sin embargo, “el Señor estaba con José y las cosas le salían muy bien. Mientras José vivía en la casa de su patrón egipcio, este se dio cuenta de que el Señor estaba con José y lo hacía prosperar en todo” (39:2, 3). Su bendición se extendió a todo su trabajo y a los que estaban con él: “Por causa de José, el Señor bendijo la casa del egipcio Potifar a partir del momento en que puso a José a cargo de su casa y de todos sus bienes. La bendición del Señor se extendió sobre todo lo que tenía el egipcio, tanto en la casa como en el campo” (v. 5). Pero, la esposa de su jefe le hace propuestas deshonestas que José rechaza y lo llevan injustamente a la cárcel. “Y mandó que echaran a José en la cárcel donde estaban los presos del rey. Pero aun en la cárcel el Señor estaba con él y no dejó de mostrarle su amor. Hizo que se ganara la confianza del guardia de la cárcel, el cual puso a José a cargo de todos los prisioneros y de todo lo que allí se hacía” (Génesis 39:20-22). El amor de Dios lo siguió durante toda su vida para que pudiera sobrellevar sus problemas. Lo que parecía solo desgracias era un plan divino de restauración.

El jefe de coperos y el de panaderos del faraón terminan como compañeros de cárcel de José. Ambos tuvieron sueños que José interpretó, pero aclarándoles que la revelación es de Dios y no provenía de sí mismo (40:8). Le pidió a uno de ellos que no lo olvidara (40:14, 15), pero al salir, su compañero se olvidó de él. Dos años después, José había llegado a los 30 años y el faraón tuvo un sueño que lo inquietó. Recién allí su ex compañero de celda se acuerda de sus dones. José insiste ante el mismo faraón que solo Dios podía interpretar el sentido de sus sueños y que no había poder en él (41:16, 25, 28). La impresión que causa ante el soberano egipcio fue tal que lo hizo gobernar en su nombre y le dio poder y autoridad para salvar a Egipto, a su familia y cuantos acudieran a él (42:6). Perdonó a sus hermanos por el mal que le desearon y les dijo: “Pero ahora, por favor no se aflijan más ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas... Por eso Dios me envió delante de ustedes: para salvarles la vida de manera extraordinaria y de ese modo asegurarles descendencia sobre la tierra” (45:5-7). Evidentemente, Dios estaba con José y lo usó como un instrumento de bendición (50:20, 21) hasta los 110 años. Nadie puede decir que su vida fue fácil, pero todos podemos entender que Dios siempre estuvo con él y la bendición de su presencia llegó a hacer el bien a cuantos lo rodearon. Nosotros también podremos ser bendición a todos los que están a nuestro alrededor, si deseamos y permitimos que Dios guíe nuestras vidas. Su compañía siempre es consuelo en la aflicción y puede transformarlo todo para que transformemos a todos por su influencia.                                         

                                                                                                                 Angel Magnífico

                                                                                                                

24/5/25

¿AÑORAR EL PASADO O DESEAR EL FUTURO?


Nelson Mandela escribió antes de salir de prisión: “Mientras salía por la puerta hacia la entrada que me conduciría hacia la libertad, sabía que, si no dejaba mi amargura y mi odio atrás, todavía estaría en prisión”. Es muy doloroso y a la vez necesario, dejar atrás un pasado difícil, aprender a caminar sin ver el camino o andar sin ver, pero “vivimos por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7). Esto implica cortar con ciertos vínculos del pasado y abrir nuevos vínculos con un futuro que no conocemos, pero que sí estimamos valioso en función de las numerosas promesas de Dios al respecto. La Biblia insiste mucho en este tema y desde el principio: “el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Génesis 2:24); en la conformación de su pueblo a partir de Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1) y “Abram partió, tal como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él. Abram tenía setenta y cinco años…” (Génesis 12:4). Y continúa en el evangelio, cuando Jesús explica lo que cuesta seguirlo y cuando alguien le pide permiso para enterrar a su padre, dice: “Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios…” (Lucas 9:60), y cuando otro le pide despedirse antes de su familia, insiste: “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). Si bien algunas de estas declaraciones son breves, a la vez son muy expresivas: para ser parte del Reino se requiere dejar un pasado y aferrarse a un futuro por fe. Esa decisión transforma la fe en un acto vital, decisivo, específico y de acción y tiene 2 pasos: 1) abandonar la seguridad de nuestra zona de confort requiere un sacrificio (Jesús hizo uno mucho más grande para salvarnos). 2) asumir riesgos que nos pueden traer sufrimientos (nunca serán mayores a los que traeremos sobre nosotros si despreciamos la oportunidad que Dios nos da). Podemos empezar una nueva vida aquí y ahora y perfeccionarnos durante toda la eternidad.

Cristo fue muy claro con este “dejar atrás” cuando habló de la venida del Reino de Dios: “¡Acuérdense de la esposa de Lot! El que procure conservar su vida la perderá; y el que la pierda la conservará” (Lucas 17:32, 33). Dios envió a sus ángeles para que saquen de Sodoma y Gomorra a sus escogidos: Lot, su esposa y sus dos hijas (a sus yernos, la proposición les resultó una burla según Génesis 19:14). No se trataba solo de abandonar la ciudad, sino de seguir instrucciones precisas: “¡Escápate! No mires hacia atrás, ni te detengas en ninguna parte del valle. Huye hacia las montañas, no sea que perezcas” (Génesis 19:17). No debían aferrarse a cosas que quedaban allí ni a su deseo por lo que ese mundo representaba. No obstante, la esposa de Lot se convirtió en un símbolo dramático y perpetuo de amor al pasado porque se transformó en una estatua de sal (Génesis 19:26) que se desvaneció como la ciudad que tanto anhelaba. Fue un triste ejemplo de apego a las cosas materiales de la vida. Murió porque miró atrás, y eso implicaba una desobediencia a Dios. No pudo disfrutar con su familia un futuro con Dios porque no pudo abandonar su pasado con otros dioses. Dios no puede salvar a nadie en contra de su propia voluntad y tampoco quiere una adoración a medias. Cristo nos exhorta a entregar diariamente nuestra vida a Dios; solo así la encontraremos realmente. Primero el reino de Dios; todo los demás, viene después y Dios proveerá lo necesario (Mateo 6:33). La esposa de Lot estaba convencida que ese pasado no le podría dar nada nuevo, pero no estaba convertida para aferrarse del futuro deparado por Dios. Así ocurrirá antes de la segunda venida de Cristo. Él nos dará cuidado en medio del descuido, misericordia en medio del juicio y salvación en medio de la destrucción. Es conveniente entrenarnos desde ahora en el andar por fe, colocando a Dios en el primer lugar. Solo así disfrutaremos de la vida eterna, “pues dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y, si se vuelve atrás, no será de mi agrado” (Hebreos 10:37, 38).

                                                                                                               Angel Magnífico

17/5/25

¿QUÉ PASARÍA SI CONFIÁRAMOS?


 

No podremos evitar que algunos sufrimientos lleguen sobre nosotros. Lo que sí podemos hacer es prepararnos para resistirlos mejor con Dios. Por eso, nos legó la Biblia y sus consejos. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Ante el sufrimiento que tenía por delante, Jeremías escribió: “fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón…” (Jeremías 15:16). Y Dios le dice para animarlo: “Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto” (Jeremías 17:7, 8 NVI). Así puede hacer con cualquiera de nosotros. Confiar en la Biblia significa creer en la persona de Dios y aceptar que cumplirá lo prometido; es depositar nuestra creencia en Él sin más seguridad que la buena fe y la dependencia que tenemos de Él; es esperar con firmeza y seguridad. ¿Qué pasará si confiamos más en Dios? Ahorraríamos sufrimientos innecesarios. El profeta fue un sufriente como cualquiera de nosotros. Pero aprendió a sobrevivir en manos de Dios. Dice que nuestra confianza debe ser depositada en Él y no en otro ser humano, idea, doctrina, o práctica alguna. Solo en Dios podremos esperar lo que nadie ni nada nos dará. El texto nos enseña tres cosas fundamentales respecto a nuestra relación con Dios.

Nos enseña que, si depositamos nuestra confianza en Dios, podremos crecer ser como un árbol plantado a la orilla de un río (fuente de energía y supervivencia), porque se alimenta de su agua; los árboles extienden sus raíces en búsqueda de nutrientes y agua que le permitan vivir y crecer; nosotros también debemos buscar a Dios como fuente de alimentación diaria. El hombre que confía en Dios es “es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” (Salmos 1:3). Seremos como árboles regados por Dios.

Nos enseña que, no temeremos el calor (sufrimientos cuando no hay agua) ni los meses de sequía (los “silencios” de Dios) ni ninguna otra influencia exterior porque seremos como ese árbol que depende de “agua viva” y permitiremos que nos fortalezca. Estaremos bien afirmados internamente por nuestras raíces en Él; nuestro follaje estará siempre frondoso y verde. No nos inquietaremos, no temeremos ni nos angustiaremos. Job 29:19 dijo: “Mis raíces llegarán hasta las aguas…”. Seremos fuertes y no temeremos, porque Dios nos sostendrá y desarrollará nuestras raíces hacia Él.

Nos enseña que, ligados a Dios siempre tendremos buenos frutos. Donde Dios decida colocarnos, allí daremos los frutos necesarios. Seremos “pámpanos” ligados a la “vid verdadera” que es Cristo y en él solo hay vida eterna; no dejaremos de dar frutos a su tiempo, por eso dijo: “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15:5). Si confiáramos más, seríamos productivos y beneficiosos para los demás y para Dios.

                                                                                                     Angel Magnífico

10/5/25

¿SOMOS ESTRELLAS O ESTRELLADOS?


 

Abraham es el “padre de todos los creyentes” (Romanos 3:11) y ejemplo de fe para el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Su figura patriarcal se basó en dejarse guiar por las promesas de Dios. Salió de Ur, su tierra natal, sin saber adónde iba porque “creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3). Dios le prometió: “de cierto te bendiceré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar…” (Génesis 22:17). De esa descendencia, nacería el Mesías que salvaría al mundo de sus pecados. En este encuentro con Dios, el patriarca escucha  la promesa, después que “Dios probó a Abraham” (v. 1) pidiéndole que sacrifique a Isaac. Mantuvo su fe desde el principio al fin de su prueba porque le dice a sus siervos, antes de subir al monte Moriah con Isaac, “iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos” (v. 5), pensando que Dios “proveerá de cordero para el holocausto” (v. 8), cosa que hace cuando interrumpe el sacrificio de su hijo (v. 12), reconociendo su obediencia. No solo se atrevió a dejar atrás su pasado, sino también a abandonar su futuro (nosotros sabemos que se trataba de una prueba, pero Abraham no lo sabía en ese momento; tenía que decidir entre las promesas de Dios y el Dios de las promesas). Es interesante notar las palabras que Dios usa para referirse a su descendencia. Son dos expresiones bien diferentes.

Por un lado, su descendencia sería multitudinaria como las “estrellas”: no solo llamamos así a enormes esferas de gas, calientes y brillantes que son capaces de producir su propia luz y energía, como el sol, sino también a personas que se distinguen en las artes o profesiones; todo el mundo ve admirado a estos tipos de estrellas; señala un destino de grandeza que muchos creyentes han tenido. Por otro lado, su descendencia sería multitudinaria como “la arena”: no solo llamamos así a pequeños fragmentos milimétricos de rocas o minerales, a quien nadie presta atención y todo el mundo pisotea sin cuidado, sino también a un grupo especial de personas que están, pero que nadie o pocos, las ven porque son consideradas insignificantes o sin importancia para los demás; señala un destino sufrido que muchos creyentes han tenido.

Hebreos 11:12 dice que la descendencia de Abraham, fue “como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar”. Solo creyó en Dios, aunque un día le promete un hijo y otro día estuvo a punto de quitárselo. No fue fácil, pero sí seguro. Se repiten las mismas expresiones en otras citas como Jeremías 33:22 (NVI): “Yo multiplicaré la descendencia de mi siervo David, y la de los levitas, mis ministros, como las incontables estrellas del cielo y los granos de arena del mar”. Dios quiere enseñarnos que no estamos solos con nuestra lucha: “Como la arena serían tus descendientes; como los granos de arena, tus hijos; su nombre nunca habría sido eliminado ni borrado de mi presencia” (Isaías 48:19 NVI). Ante los ojos de los demás, y aún de nosotros mismos, podremos ser como “estrellas” (brillantes, afortunados, dichosos, bendecidos, etc.) o como “estrellados” (sin brillo, desafortunados, infelices, sufridos, etc.). Sin embargo, no desapareceremos de su vista sin que note nuestra alegría o tristeza, nuestra prueba o sufrimiento, nuestra satisfacción o necesidad. Y ahí estará amándonos. Lo prometió.

                                                                                       Angel Magnífico

3/5/25

¿DIOS TAMBIÉN TRABAJA?


¿Dios trabaja? No creo poder imaginarlo sellando papeles, inspeccionando lugares, inaugurando obras, dando discursos. Sin embargo, trabaja porque es nuestro creador. El profeta Isaías escribe: “¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable” (40:28 NVI). Cuesta imaginarlo trabajando porque tenemos un concepto equivocado del trabajo. Mientras Dios estaba trabajando en la creación, todo “era bueno” y en el relato bíblico se reitera mucho la expresión y no por descuido, sino para enfatizar la idea (Génesis 1:4, 10, 12, 18, 21, 31). Dios le dio al hombre el trabajo de cuidar y cultivar el huerto del Edén (Génesis 2:15) y el hombre no presentó ninguna queja ni ninguna demanda al respecto, lo toma como algo dignificante y como parte de su naturaleza y misión de ser semejante a su Dios. Pero, a partir del pecado y con la desobediencia del ser humano, aparece “lo trabajoso” del trabajo, porque Dios le dice “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19), enfatizando esta vez, el esfuerzo que demandaría el trabajo. 

En el acto de la creación, Dios hace por lo menos, tres trabajos diferentes: alfarero, jardinero y cirujano. Dios es un alfarero perfecto en Génesis 2:7 porque dice: “Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”; lo formó como un alfarero moldea su obra. Dios es un jardinero perfecto en Génesis 2:8 porque dice que “Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado”; así creó la mejor reserva natural que tuvo el planeta, antes de que el ser humano interviniera en él. Dios es un cirujano perfecto en Génesis 2:21, 22 porque dice que “entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras este dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre”; indudablemente fue la primera y más perfecta “operación” del mundo. Luego y a lo largo de toda la Biblia, Dios insiste en que nos esforcemos y trabajemos de la mejor forma posible: “Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo” (Colosenses 3:23). Siempre debemos procurar su semejanza.

Cuando los fariseos quisieron atrapar a Jesús en algún error “… les respondía: Mi Padre aún hoy está trabajando, y yo también trabajo” (Juan 5:17 NVI). Jesús, al igual que su Padre, también trabajaba. Algunas versiones traducen literalmente "está trabajando hasta ahora". Así enseñaba que Dios seguía trabajando activamente entre nosotros. No terminó con la creación; sigue trabajando hasta el día de hoy. Dios está disponible para ayudarnos en todas nuestras necesidades. Cristo trabajó hasta la muerte para salvarnos. El Espíritu Santo está trabajando diariamente en nuestra edificación espiritual. Nuestro creador sigue trabajando para nosotros como redentor, sustentador, rey, médico, salvador, consejero, juez, sacerdote, amigo, pastor, abogado defensor y como cualquier otra cosa que signifique sostenernos en nuestras pruebas, problemas y sufrimientos, ayudarnos en nuestras necesidades y favorecer nuestro crecimiento espiritual y en todo sentido. Su obra no se detiene porque es vida para nosotros. Por amor, su trabajo es “a tiempo completo”.

                                                                                             Angel Magnífico

26/4/25

¿QUÉ PODRÁ SUPERAR EL DOLOR DE MI DESGRACIA?


 

Ángelo Poliziano (1454-1494), humanista italiano, en su drama La Fábula de Orfeo, cuenta que este músico prodigioso, también viajero, aventurero y símbolo de la lucha por el amor verdadero, pierde a su amada Eurídice; su vida cambia para siempre y no encuentra respuesta a la pregunta que lo atormenta: “¿Qué canto podrá nunca superar el dolor de mi desgracia?”. Cuando estamos ante un sufrimiento casi insoportable e indescriptible, nos cuesta imaginar que habrá una salida o algo que pueda restaurarnos en algún momento. La tristeza y la angustia no son buenas consejeras para ayudar a imaginar otra cosa que un futuro incierto. Debemos tener la provisión para esos tiempos antes de que sucedan. La Biblia nos enseña que nadie puede reparar los corazones heridos como Dios: “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Salmos 34:18 NVI). No hay como el amor de Dios: simple, gratuito, imperecedero, total y disponible para cualquier necesidad. Pero ¿qué podrá superar el dolor de mi desgracia? El sufrimiento propio siempre parece más importante y urgente que la restauración divina.

El apóstol Pablo fue uno de los seguidores más sufridos de Cristo. Dice en 1 Corintios 2:9, 10: “…Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman. Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios”. Las promesas de Dios pueden ayudarnos a esperar. Nos explica que en ocasiones no podremos comprender algunas cosas como lo hacemos regularmente con el uso de nuestras facultades humanas. Comprender plenamente lo espiritual es algo más profundo y casi imposible porque corresponden a la voluntad de Dios. La esperanza le sirvió a Pablo durante toda su difícil vida como apóstol e incluso ante la muerte inminente por causa de su predicación. Las promesas de una liberación final y definitiva de todo tipo de males, nos alienta a seguir. Esto incluye, cosas que todavía ni siquiera podemos imaginar con nuestra limitada capacidad. Sin embargo, Dios irá revelándonos lo necesario para resistir. De eso se trata la fe, de creer que lo hará, cuando todavía no lo hizo. 

Tenemos muchos ejemplos: Job no conoció su fin desde el principio de su sufrimiento, pero llegado el tiempo, tuvo una restauración; Moisés “consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa” (Hebreos 11:16); entre los patriarcas “después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido” (Hebreos 6:15). Dios dijo: “Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria” (Isaías 65:17). No sabemos cómo ni cuándo lo hará, pero podemos esperar confiadamente “al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros” (Efesios 3:20). Hoy no sabemos qué podrá superar nuestro dolor, pero sí sabemos que Dios lo hará y nos restaurará. “Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:9 NTV).

                                                                                                                          Angel Magnífico

NUESTRO LIBRO A SU ALCANCE



¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”

Acerca del autor

ANGEL MAGNÍFICO

Es Profesor de enseñanza secundaria y especial en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales. Actualmente complementa sus veinte años de experiencia docente con la tarea de dirección académica de una importante escuela.

Realizó la conducción y producción de programas radiales, donde se analizaban temas cotidianos desde una perspectiva histórica. Fue productor de libretos multimedia para el aula digital de una reconocida empresa. Dictó diferentes cursos y conferencias referidas a temas de educación, historia y bíblicos. Participó en la publicación de varios artículos y cuentos en revistas, sitios web y libros en colaboración con otros autores.

Ha dado numerosas charlas y conferencias referidas a temas de su especialidad y los relacionados con el sufrimiento humano, analizándolos desde diferentes perspectivas centradas en La Biblia.

Fruto de esas experiencias resulta el ensayo “¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”.


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