30/8/25

¿LOS “PECADITOS" NOS PUEDEN HACER SUFRIR?


Un viejo refrán dice: “A falta de un clavo, se perdió una herradura, a falta de una herradura, se perdió un caballo, a falta de un caballo, se perdió un mensajero, a falta de un mensajero, se perdió una batalla, ¡a falta de una batalla se perdió la guerra!” Si un clavo puede afectar a una guerra, una explicación puede afectar una vida y un sufrimiento puede marcar un destino. Por eso, Dios nos insta a buscar la santidad, es decir, a consagrarnos para Él y apartarnos del pecado que nos contamina (Romanos 6:19-23). Sin embargo, hoy en día, es más fácil que la gente reclame cosas de Dios, a que pida su santidad. Somos conscientes que nuestro Dios es santo y nos pide: “Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Esto significa una nueva vida y un perfeccionamiento constante en la vida del cristiano; dura toda la vida. Evidentemente ya no se produce en nosotros un atractivo por el pecado. Pero ¿qué ocurre con los “pequeños pecados”, las “mentiras blancas”, los “pecaditos” que todos cometemos? ¿Por qué Daniel no quiso contaminarse con la comida del rey (Daniel 1:8), si era solo simple alimento? Sabía que lo que empieza de a poco, puede terminar en lo mucho. ¿Cómo el pueblo de Dios “no tuvo ningún reparo en prostituirse, contaminó la tierra y cometió adulterio al adorar ídolos de piedra y de madera”? (Jeremías 3:9); empezó con poco y terminó con mucho; los vendedores de droga saben que así se empieza a conseguir una gran clientela. Es fácil creer que algo malo, si es poco o pequeño, no es tan malo ni dañino. Sin embargo, puede provocar sufrimiento. Por eso, Pedro les advierte a los cristianos de algunas malas costumbres arraigadas en la gente y del peligro de seguir a falsos maestros que “les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado. Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores condiciones que al principio” (2 Pedro 2:19, 20 NVI).

El libertinaje no es la verdadera libertad; es su falsificación. Los cristianos sabemos que el ejemplo de Cristo es insuperable. Denunció a cada falso maestro que ocultaba su pecaminosidad ante una cubierta de falsa santidad. Pedro, siguiendo su ejemplo, advierte a los creyentes de aquellos que enseñan mal, que prometen libertad cuando en realidad están atados al pecado (nos atrapa y no solo provoca sufrimiento, también nos llevará a la muerte si no nos liberamos de él). La contaminación comienza con poco, lentamente, nos invade, se apropia de nosotros y termina dominándonos y destruyéndonos como el óxido. Alguien decía que, si uno invita a Satanás a viajar en el asiento trasero de nuestro auto, al rato, terminará a cargo del volante y cambiará la dirección de nuestro viaje de vida. Así puede ocurrir con nuestros pecados más simples y pequeños, crecerán de a poco y pueden llegar a tomar el control de nuestras vidas. Ningún cristiano puede enfrentar este problema solo. Necesitamos a “nuestro Señor y Salvador Jesucristo” porque él sabe cómo hacerlo y fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15). Solo él nos puede liberar de la corrupción existente y edificarnos en un proceso lento pero profundo y amplio pero duradero, que será en todos los aspectos de esta vida y para la vida eterna venidera, basado en la libertad de Dios y no en la esclavitud del pecado. Necesitamos ese mismo Espíritu Santo cada día.

                                                                                         Angel Magnífico

23/8/25

¿CÓMO DERROTAR A NUESTROS “GIGANTES”?

 


El ejemplo bíblico de David y Goliat nos ayudar a enfrentar nuestros enormes problemas de hoy. Había 2 pueblos en lucha: Israel se colocó en una actitud de fracaso anticipado y los filisteos en una actitud de triunfo anticipado. Goliat era un guerrero experimentado, comandante del ejército filisteo, un gigante de 2,9 m. de altura, con una armadura de 57 kg. y una lanza de casi 7 kg. con un asta como un rodillo de telar. Era un guerrero de la artillería pesada, no solo por su tamaño, sino también por sus armas (lanza, jabalina, espada, escudo y armadura). Tenía seguridad de su fortaleza personal, orgullo, exaltación propia, vanidad por la aclamación popular y una indomable fiereza. Representa a todos los poderes que se enfrentan a Dios. Por sus medidas y los metales que usaba, se parecía a la estatua de Daniel 2 y simbolizaba lo mismo: el pecado; ambos eran gigantes y terribles, pero fueron derribados con una piedra. En cambio, David era un joven pastor de ovejas, 8º hijo de una familia común y corriente, rubio y de buen parecer, sin aspiraciones guerreras ni de liderazgo. Ningún israelita lo hubiera elegido (miraban solo lo exterior, como muchos hoy). Pero David estaba listo espiritualmente porque había sido elegido por Dios para ser el nuevo rey, de quien nacería el Mesías. 1 Samuel 16:13 dice: “Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él. Luego Samuel regresó a Ramá”. David había sido elegido sucesor del rey Saúl y su padre Isaí, lo había mandado a cuidar ovejas. No era un guerrero, por eso fue con su bastón de pastor; podría haber pertenecido a la artillería liviana porque era muy experimentado en el manejo de la honda y la piedra (Jueces 20:16 cita honderos que le daban a un cabello sin errar). Tenía confianza en la fortaleza de Dios y era dócil a su plan. Representa a cualquiera de nosotros que se entrega en las manos de Dios y actúa según sus promesas.

1 Samuel 17:10 sintetiza el desafío de Goliat: “… ¡Yo desafío hoy al ejército de Israel! ¡Elijan a un hombre que pelee conmigo!” El triunfo o el fracaso de un hombre sobre otro, haría triunfar o fracasar a un pueblo sobre otro. ¿Tuvo alguna vez un desafío tan grande? Este desafío implica egoísmo; habla de sí mismo como “el hombre”. La palabra “desafío” se usa 6 veces en este pasaje y significa “despreciar; burlarse, ridiculizar y humillar.” Lo que Goliat proponía era algo común en ese tiempo. Era una competencia mano a mano, y el ganador tomaba todo. Su provocación era una ofensa a Dios, no solo a Israel. David le ganó a uno de los más importantes “gigantes” que podemos enfrentar a diario: el desánimo para cumplir con el propósito de Dios. Todos tenemos éste y otros “gigantes” que enfrentar cada día, en la oficina, la cocina, el dormitorio, la calle y son la enfermedad, la soledad, el desempleo, la tristeza, un vicio, el divorcio, la rebeldía de los hijos, la incomprensión de los padres, un secreto, una actitud, la violencia, la corrupción y otros. No tienen armadura, pero son más peligrosos porque tienen facturas que no podemos pagar, preguntas que no podemos contestar, éxitos que no tenemos, un trabajo que no podemos dejar o una persona que nos molesta. Se trata de alguien o algo que nos desafía y que nos hace ver que solos no podemos enfrentarlo. Sin embargo, aquel mismo Dios sigue teniendo el mismo poder y nos lo ofrece gratuitamente cada día. ¿Cómo Dios transformó un fracaso en un triunfo a pesar de todo y de todos?: “…el Espíritu del Señor vino con poder sobre David…”. Gracias a misericordia divina y su previsión, Su Espíritu sigue disponible para nosotros, solo tenemos que pedírselo en forma permanente y no ocasional. 

                                                                                                                Angel Magnífico

16/8/25

¿POR QUÉ NOS ELIGIÓ?

 

¿Por qué Dios nos eligió? La elección de Dios hizo del pueblo de Israel, un pueblo especial, una nación santa y consagrada a Él. Fueron los únicos monoteístas entre sus muchos vecinos politeístas. Por esa misma elección, no debían mezclarse con pueblos que tenían prácticas paganas y cultos extraños. Al contrario, reciben la indicación precisa de terminar con esas naciones y sus altares profanos. No podían formar alianza con ellos para no contaminarse con su idolatría. No era el propósito divino que Israel permaneciese aislada de los demás pueblos. Necesitaban primero fortalecerse en sus principios y luego los compartirían con los demás para que también ellos recibían la edificación del verdadero Dios. Dios los invitaba permanentemente a reconocerlo como único Dios y a seguir sus mandamientos. Sin embargo, su pequeñez contrastaba con algunas de esas naciones. Lo mismo ocurría con su poderío bélico y organización militar. Dice Deuteronomio 7:7, 8 (NVI): “El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza”.

Dios había prometido a Abraham que su descendencia sería numerosa y poseería un territorio propio que permitiría su crecimiento y expansión y sería una bendición para toda la tierra (Génesis 12:1-3; 15:1-2). Evidentemente, no era “el pueblo más numeroso” porque 200 años después de esa promesa, al llegar a Egipto en tiempos de José, esa descendencia llegaba a 70 varones. Pero cuando salieron de allí, Dios los había transformado en “un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo” (Deuteronomio 10:22) y además, eran libres. Debían ser un “pueblo santo”, en el sentido de apartado y separado especialmente para Dios, y una “posesión exclusiva” es decir, un pueblo especial con una misión clave para la historia (Deuteronomio 7:6). Hay muchos ejemplos bíblicos de los sufrimientos que trajeron personas que no hicieron caso a este criterio divino de pertenencia y se emparentaron con pueblos idólatras: Salomón, Esaú, Sansón y el mismo pueblo en distintos momentos de su historia. Pero el amor de Dios para su elección, no se basaba en sus méritos o grandeza. Fue hecha porque Dios amó al pueblo; no fue en base a sus obras, sino por su sola decisión y elección. Es comparable al amor verdadero de un padre hacia su hijo: existe por la filiación no por sus méritos. El amor de Dios elige libremente a quien quiere y derrama sus bendiciones sobre sus elegidos según su voluntad. El “gran despliegue de fuerza” se refiere al poder usado por Dios para liberarlos de un estado tan importante como lo era Egipto y llevarlos al cumplimiento de su promesa a través de una peregrinación por el desierto e instalarlos en la tierra prometida.

Todavía sigue firme y entero su amor, en su promesa y elección de nosotros como hijos suyos por creación y por redención: “Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:3, 4).

                                                                                                                        Angel Magnífico


9/8/25

¿QUÉ RECIPROCIDAD ESPERA DIOS?

 


El libro de los Jueces debe su nombre al título que tenían las personas que gobernaban a Israel luego de la desaparición de Moisés y Josué (entre el 1400 al 1050 a.C.). El pueblo había salido de su esclavitud en Egipto y tenía por delante la conquista de la tierra prometida que estaba ocupada por pueblos cananeos. Si bien lograron conquistas rápidas en las zonas montañosas, no tuvieron el mismo éxito en las zonas más ricas de las llanuras. La conquista parecía imposible y las promesas de Dios comenzaron a ser cuestionadas, como solemos hacer nosotros cuando tenemos problemas y éstos no desaparecen. Dios les habló a través de un ángel: “El ángel del Señor subió de Guilgal a Boquín y dijo: «Yo los saqué a ustedes de Egipto y los hice entrar en la tierra que juré dar a sus antepasados. Dije: “Nunca quebrantaré mi pacto con ustedes; ustedes, por su parte, no harán ningún pacto con la gente de esta tierra, sino que derribarán sus altares”. ¡Pero me han desobedecido! ¿Por qué han accionado así? Pues quiero que sepan que no expulsaré de la presencia de ustedes a esa gente; ellos les harán la vida imposible y sus dioses les serán una trampa»” (Jueces 2:1-3 NVI).

El pueblo se había apartado de Dios. Mezcló su culto con principios paganos y antepuso su necesidad política a la espiritual. La explicación teológica a la permanencia de los cananeos es simple: Dios los había liberado de la esclavitud e hizo un pacto de amor con ellos que incluía su fidelidad y la promesa de la tierra prometida, pero el pueblo no cumplió su parte. Dios no falló, simplemente no siguió expulsando a sus enemigos de sus tierras porque su propio pueblo rompió relaciones con Él y se unió a la misma gente con la que Dios les había advertido de no hacer pacto alguno; ellos sí cambiaron: no derribaron sus altares (símbolos de adoración), sino que adoraron en ellos. El reproche del Señor (“¿Por qué han accionado así?”) se basa en el incumplimiento del pueblo y no en el suyo, porque siguió amándolos, pero en silencio. Tendrían que asumir las consecuencias de sus decisiones; sus nuevos socios, les harían la vida problemática y sus luchas serían largas y difíciles porque los dioses falsos siempre traen problemas. Cuando el ángel terminó de hablar, los israelitas comenzaron a llorar desesperadamente (v. 4) y llamaron al lugar Bojín o Boquín (según la traducción), que significa “los llorones”. Cuando quebramos la alianza que tenemos con Dios siempre surgen lamentos. Entonces, Él nos puede guiar para superarlos. A veces no obedecemos su autoridad ni a sus autoridades (v. 17: “tampoco escucharon a esos caudillos, sino que se prostituyeron al entregarse a otros dioses y adorarlos.”). Al no haber reciprocidad del ser humano, en ocasiones Dios permite dificultades para que superemos la prueba (v. 22: “Las usaré para poner a prueba a Israel y ver si guarda mi camino y anda por él, como lo hicieron sus antepasados”). Y también para enseñarnos a luchar (3:2: “Lo hizo solamente para que los descendientes de los israelitas, que no habían tenido experiencia en el campo de batalla, aprendieran a combatir”). En aquella época el camino era acudir con fe a los sacrificios expiatorios y volver a consagrarse a Dios. En esta época aceptamos el sacrificio que Cristo hizo para salvarnos: “A diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo” (Hebreos 7:27). Podemos volver a su camino y ser fieles. Dios nos liberó de nuestros pecados y peleará por nosotros cada batalla y entraremos triunfantes en Cristo a la tierra prometida.

                                                                                             Angel Magnífico


2/8/25

¿SOMOS LUZ O TENEMOS LUZ?

 


Entre las muchas discusiones que tuvo Jesús con los fariseos, la referida a la validez de su testimonio fue una de más detalladas en los evangelios.  Juan 8:12 (NVI) dice: “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. El testimonio de Jesús es válido porque está confirmado por el Padre (Mateo 3:17; 17:5; 2 Pedro 1:17). Había participado de la fiesta de los tabernáculos donde se encendían enormes candeleros que recordaban la columna de fuego con que Dios los había guiado a través del desierto y retomando la ilustración de luz divina como guía, pone a los fariseos antes dos problemas: entender quién es él y reconocer que debemos imitarlo.

Jesús insiste en afirmar varias veces quien es (el camino, la verdad, la vida, el buen pastor, la resurrección y otros tantos nombres que nos confirman lo que hemos aceptado y es que estamos ante el Hijo de Dios) y en esta oportunidad Jesús afirma otra vez que es la “luz del mundo” (lo mismo que dice Juan en 1:4 y confirma Jesús en 3:19, 9:5, 12:35, 12:46, dando a entender con la repetición, la importancia de tener claro este concepto); Jesús es la antítesis de la muerte porque nos restaura a la esperanza de volver a tener la vida eterna que el pecado nos había quitado. Esto es fácil de aceptar, porque su vida lo pone de manifiesto momento a momento, lo confirmó el Padre, numerosos textos de toda la Biblia, y lo más importante, una innumerable cantidad de vidas cambiadas por su influencia. Pero la segunda parte del texto nos crea algo que demanda un profundo auto análisis; dice que quien lo siga, “no andará en tinieblas; sino que tendrá la luz de la vida”. Así como Cristo es la imagen de Dios en la tierra, nosotros debemos ser la imagen de Jesús. Si Jesús es la luz y no hay tinieblas en él y nosotros somos cristianos porque seguimos a Jesús y dependemos de él, no podemos seguir en tinieblas como antes; tendríamos que andar en luz siguiendo su ejemplo. Al tener su luz en nuestra vida, comenzaremos a iluminar a otros que todavía no la tienen, no por mérito propio porque la luz es de él y no nuestra. Esto no solo se trata de portarse bien, sino de vivir mejor, bajo su guía y soberanía. No nos sirve intentar brillar como si tuviéramos luz propia; solo generaremos sufrimiento sobre nosotros. Debemos seguir su luz, permitir que su luz brille. Esto implica reconocer que no somos fuente de luces, actuamos como luces. Él es nuestra fuente: solo conectados a él podemos iluminar, desconectados de él no podemos iluminar bien.

John Newton (1725-1807), el reconocido autor de himnos inglés dijo: “Cristo ha llevado nuestra naturaleza al cielo para representarnos y nos ha dejado en la tierra con su naturaleza para representarlo”. El amor mostrado hacia nosotros, al transformar su divinidad en simple humanidad para morir en nuestro lugar y saldar nuestros pecados ante Dios, nos muestra su grandeza. Ahora, tenemos que responder también con amor y entregarnos a él. El cambio que esto provocará en nosotros será una luz para aquellos que todavía no lo conocen. Nuestras prácticas pecaminosas irán quedando atrás en esta nueva senda que emprenderemos y poco a poco, iremos desarrollando el carácter de Cristo y nuestro cristianismo alumbrará el camino de otros que todavía no conocen a Jesús. Es un gran privilegio que no podemos desaprovechar. Nos encargó su representación en la tierra: “Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:20).


                                                                                                                    Angel Magnífico

5/6/24

NUESTRO LIBRO

“¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano” contesta a las preguntas claves que todos nos hacemos en algún momento de la vida cuando un sufrimiento nos atormenta.
¿Qué ser humano está libre de sufrir? El sufrimiento humano es universal y único a la vez, porque cada persona lo vive de una forma diferente. Puede tomar la forma de circunstancias adversas, soledad, tristeza, desgracia familiar, malestar permanente, hambre y sed de justicia, enfermedad, problemas familiares y otras.
Estas circunstancias erosionan nuestra espiritualidad o alteran nuestra mente, y sólo aminora si uno le encuentra un sentido a la vida, pues la ausencia de significado hace intolerable cualquier sufrimiento: cuando sufrimos todos nos preguntamos acerca de su por qué.
El texto propone todas las respuestas necesarias para resistir al sufrimiento. Combina la investigación académica a partir de la exégesis bíblica (referencia valorada en la cultura judeo-cristiana y símbolo de sabiduría milenaria aún para no creyentes) con los cuestionamientos cotidianos del hombre común acerca de un tema complejo e inevitable a la vez. Su lenguaje es claro y su lectura muy ágil, porque plantea la mayoría de las preguntas que todos nos hacemos cuando sufrimos. Nos deja la certeza que necesitamos para resistir. La idea es encontrar un buen porqué que nos ayude a soportar cualquier cómo.


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4/2/22

¿POR QUÉ SUFRIMOS? - Respuestas para un mal cotidiano

 


Enfrentarse al sufrimiento, es una experiencia desgraciadamente común y reiterada en el ser humano. Aunque por nuestra edad, situación o estilo de vida, todavía no hayamos experimentado una situación personalmente dolorosa, seguramente la hemos sentido al menos con respecto a otros: cuando se produce una guerra o un desastre natural, al enterarnos que un torpe accidente dejó incapacitada a una persona, al morir un ser querido o cuando un llanto desconsolado nos hace sentir impotentes. Todo tipo de sufrimiento parece, moral y racionalmente, incompatible con el concepto de un Dios amante y todopoderoso. Por esto, es importante encontrar una explicación en la propia Palabra de Dios que nos ayude a responder a este interrogante.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, cosechamos lo que sembramos. Leemos en Gálatas 6:7-9: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este podría ser un primer criterio bíblico orientador, no el único; no absoluto y no siempre aplicable, pero sí, digno de tener en cuenta para evitar inculpar a Dios por sufrimientos que acarrean nuestros propios errores. El hombre es un ser especial y complejo; las causas de lo que le sucede, no son simples y terminantes: si alguien roba, puede ir a la cárcel, pero no todos  los que roban están allí. Sin embargo, haríamos bien en tener en cuenta este criterio en líneas generales: es natural, lógico y consecuente, pero sólo una parte de la explicación.

Si estamos levantando una mala cosecha por nuestra siembra equivocada, si estamos sufriendo las consecuencias de nuestros errores, la promesa de Dios es “perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9), si se lo confesamos.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, permitimos que el afán y la ansiedad nos superen. Leemos en Mateo 6:25-34: “...¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? ... vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no  os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. No es que esté mal trabajar, organizar nuestra vida y planificar el porvenir, pero en oportunidades sufrimos porque traemos sobre nosotros cargas y problemas inútiles. Nos llenamos de incertidumbre acerca del futuro sin tener en cuenta lo que Dios hizo por nosotros hasta el presente; tememos por cada medida de gobierno y lo que nos pueda acontecer; nos angustiamos por el futuro de nuestros hijos; nos desanima envejecer o enfermar. Y nos olvidamos que Dios nos ama y sabe de nuestras necesidades y puede satisfacerlas.

En otros casos el peso de la realidad nos agobia tanto que nos rendimos ante ella y esperamos que Dios haga todo nuestro trabajo. Seguramente el equilibrio nos ayudará. Dios puede darnos, la serenidad que necesitamos para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y sabiduría para reconocer la diferencia. Además,  su promesa es “venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el bien y al mal están todavía mezclados y todos sufrimos por ello. Leemos en Mateo 13:27-30 la parábola del trigo y la cizaña. Se refiere a un hombre que sembró su campo con una buena semilla, pero sus enemigos le sembraron cizaña. Sin embargo, él no permitió arrancar la cizaña hasta el momento de la siega. Así como en ese campo estaban mezclados el trigo y la cizaña, el bien y el mal, lo están en la vida, y esto trae su consecuente sufrimiento: una buena persona, puede tener un mal vecino. Dios actúa como en la parábola esperando el momento apropiado. Si Dios arrasa al malo, muchos perderían la oportunidad de arrepentirse y ser mejores. Si Dios separa al creyente del mundo, sería como encerrarlo en una campana de cristal y moriría aislado.

El medio ambiente influye en nosotros, pero también nosotros podemos influir sobre él. La promesa de Dios para los que sufrimos el mal existente es que si nos apartamos de él y hacemos el bien, viviremos para siempre (Salmo 37: 27). Los malos, no tendrán esa dicha.

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, necesitamos una disciplina correctiva de Dios, quien la aplica en forma complementaria a su amoroso cuidado de nosotros. Leemos en Hebreos 12: 7-11: “...¿qué hijo es aquel a quién el padre no disciplina?... Es verdad que ninguna disciplina al parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. Si bien en muchos pasajes bíblicos se nos asegura la presencia protectora de Dios, en otros se nos advierte acerca de situaciones difíciles. Aunque cueste aceptarlo en el momento, el sufrimiento refina el carácter y da firmeza (hay piedras que pulen sus asperezas e imperfecciones a fuerza de rodar por el lecho del río). En ocasiones, Dios desea derramar sobre nosotros determinadas bendiciones, pero por estar atentos a otras cosas, tiene que permitir que perdamos alguna, para encontrar otra mejor (las nubes ocultan transitoriamente el sol, pero solo para derramar la lluvia que da vigor y crecimiento). En algunas situaciones dramáticas, se han despertado talentos dormidos, estimulado virtudes, ampliado la mente y aprendido a simpatizar con el doliente.  Un ”ambiente de algodones”  en donde todo nos salga a pedir de boca, puede resultar más perjudicial que beneficioso; en el sacrificio siempre hay crecimiento.

La promesa de Dios para soportar el sufrimiento de una corrección disciplinaria es que nunca será más fuerte de lo que podamos soportar y que siempre proveerá una salida (1 Corintios 10: 13).

¿Por qué sufrimos? Porque a veces, el sufrimiento es parte de un misterio que anticipa  una explicación y resolución final. Leemos en Isaías 55:8-9: “como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Nuestra imperfección no entiende la perfección de los planes de Dios para nuestra vida. Si a una persona común le resulta a veces difícil interpretar los planos hechos por un profesional y vislumbrar correctamente el “final de obra”, ¡cuánto más si comparamos nuestra perspectiva humana con la divina!

La promesa de Dios al respecto a este aspecto misterioso del sufrimiento es que lo erradicará definitivamente y llegará a ser nada comparado con la eternidad (Apocalipsis 21:4).

Los seres humanos siempre tendremos conflictos espirituales y emocionales. Por esto necesitamos tener en cuenta estas explicaciones. Nos pueden ser útiles para “el antes” o “el después” del sufrimiento. “Durante” el sufrimiento sólo una experiencia personal y de relación con Dios podrá ayudarnos. Acerquémonos a Dios ahora para que nos enseñe y capacite para el momento en que nos toque sufrir. “Por medio del sufrimiento, Dios salva al que sufre; por medio del dolor lo hace entender” (Job 36:15 DHH).


NUESTRO LIBRO A SU ALCANCE



¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”

Acerca del autor

ANGEL MAGNÍFICO

Es Profesor de enseñanza secundaria y especial en Historia y Licenciado en Ciencias Sociales. Actualmente complementa sus veinte años de experiencia docente con la tarea de dirección académica de una importante escuela.

Realizó la conducción y producción de programas radiales, donde se analizaban temas cotidianos desde una perspectiva histórica. Fue productor de libretos multimedia para el aula digital de una reconocida empresa. Dictó diferentes cursos y conferencias referidas a temas de educación, historia y bíblicos. Participó en la publicación de varios artículos y cuentos en revistas, sitios web y libros en colaboración con otros autores.

Ha dado numerosas charlas y conferencias referidas a temas de su especialidad y los relacionados con el sufrimiento humano, analizándolos desde diferentes perspectivas centradas en La Biblia.

Fruto de esas experiencias resulta el ensayo “¿Por qué sufrimos? Respuestas para un mal cotidiano”.


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